La deuda pública de las naciones amenaza a la economía del mundo, y ello resulta hoy tan grave como lo era en el 2008, cuando se materializó la recesión mundial cuyo lastre todavía se siente. La Eurozona está en crisis, y las economías de Francia y de Alemania se han reducido casi hasta el punto de parálisis. Incluso, el poderoso coloso del norte, Estados Unidos de América, está siendo fuertemente cuestionado por sus niveles significativos de deudas.
Para nadie es un secreto que la existencia individual atraviesa por tiempos de ansiedad. La factura del combustible, la compra semanal, el recibo del servicio de electricidad, el desempleo, los recortes en las empresas, los cierres de fábricas, el costo de la educación, los precios de las viviendas, el depósito para adquirir una propiedad, las alzas en los precios del transporte público y la inquietud de cómo enfrentarán el futuro las nuevas generaciones son desafíos sin respuestas claras que aún persisten sobre la mesa de discusiones.
Los gobiernos deberían ser honestos y decirle a la ciudadanía la verdad de la situación general de la economía en el mundo. Algunos entienden que cuando la economía cae en recesión, la dinámica de la vida diaria de los ciudadanos se vuelve más complicada. Por lo general, se suele creer que una vez ceda la tormenta volverán al empleo, mientras las variables definen el camino hacia la recuperación y el retorno de los buenos tiempos.
La nueva economía del siglo XXI debe construirse de la misma manera como se edifica una buena casa. Echando los cimientos de la parte más importante, aquella que no se ve. El mismo fundamento que la hace estable. De manera lenta, pero segura, dicha base será la garantía de un mejor futuro
Para sorpresa de muchos, esta vez no ha sido así. Lo ocurrido a la economía mundial en 2008 no fue una recesión normal según los expertos, y la respuesta no ha sido del todo confortable. Los principales motores económicos del planeta han caído en la crisis de la deuda por el exceso en acudir al crédito o préstamos, tanto a nivel de individuos, de empresas, de bancos y casi por lo general en todo.
Los préstamos, tanto en el Fondo Monetario Internacional, FMI, como el Banco Mundial y en otras instituciones acreedoras, se convirtieron en una panacea venenosa adoptada por los gobiernos con economías sanas y fuertes.
Muchos tecnócratas no han entendido que cuando se está en crisis de deuda, algunas de las cosas normales que suelen hacer los gobiernos, como reducir los impuestos o incrementar el gasto público, no dan resultados porque ello conduce a mayores endeudamientos, lo que al final empeora la crisis y hace al remedio peor que la enfermedad.
¿Por qué? Debido al riesgo de una mayor tasa de interés, menos confianza en los indicadores económicos y la amenaza de un incremento elevado en el pago de impuestos futuros. Es por ello que las residencias cuestan más dinero, el interés galopante en las tarjetas de crédito y en las de tiendas por departamentos. Y la razón por la que los bancos tienen sus libros en orden. Además, significa que los gobiernos del mundo recorten sus gastos y administren hasta donde se lo permitan sus medios.
En conclusión, la nueva economía del siglo XXI debe construirse de la misma manera como se edifica una buena casa. Echando los cimientos de la parte más importante, aquella que no se ve. El mismo fundamento que la hace estable. De manera lenta, pero segura, dicha base será la garantía de un mejor futuro.
Es la única manera, dolorosa tal vez, de superar la crisis de la deuda pública y enfrentar las elevadas tasas de intereses y sus efectos dañinos en el bolsillo de todos los contribuyentes. Adoptar políticas económicas contrarias o populistas, sería como recrear los capítulos fracasados puestos en vigencia en Puerto Rico o en Grecia, donde los resultados horribles están la vista del mejor postor.