Con el cierre del ciclo electoral el pasado domingo 5 de julio con la celebración de las elecciones presidenciales y congresuales extraordinarias, se cerró un ciclo político en la historia política dominicana que data de mediados del siglo XX. Con el tiranicidio del 30 de mayo de 1961, el escenario político nacional estuvo dominado por tres fuerzas políticas: el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Los resultados finales de los comicios del pasado 5 de julio, muestran que solo el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) ha podido mantener el estatus político de fuerza política mayoritaria, mientras que las otrora maquinarias electorales del PRD y PRSC han quedado relegadas al ostracismo político, y ahora sus espacios son ocupados por el PRM (desprendimiento del PRD) y la Fuerza del Pueblo (desprendimiento del PLD).
La República Dominicana no ha estado ajena a la ola de cambios políticos que ha sufrido la región latinoamericana desde finales del siglo XX, aunque con distintos matices ideológicos, pero que en la realidad han reconfigurado el tablero político de la gran mayoría de los países donde organizaciones políticas tradicionales y hegemónicas dominaron el escenario político por poco más de un siglo y medio, sucumbieron ante esa ola de cambios, aunque fueron reemplazados del protagonismo por desprendimientos de sus mismas filas. Ese es el caso específico de Colombia, el Partido Liberal Colombiano y el Partido Conservador dominaron la política de ese país desde 1848 hasta 2002, pero fueron reemplazados por actores políticos disidentes de las filas del Liberalismo como lo son: Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, el primero con un pensamiento mas de derecha que chocaba con los postulados del liberalismo, el nuevo liberalismo (de Luis Carlos Galán), y el giro hacia la social democracia del Partido Liberal. Sin embargo, en esencia, esos desprendimientos siguieron adoptando las posturas neoliberales emanadas del Consenso de Washington, que trajo como resultado una reconfiguración del mapa político sin cambios estructurales significativos.
El PRM y la dominación política
El hito histórico alcanzado por el Partido Revolucionario Moderno (PRM) de derrotar a una formación política como el PLD, que es tipificada como un Partido-Estado, no fue una tarea fácil, a pesar de los distintos factores: políticos, económicos y sociales que se conjugaron para alcanzar tan noble proeza. Pero es importante destacar que dicha derrota se circunscribe en dos claves importantes: una composición social del país y una agenda geopolítica con matices de dominación y conservadora. En el comportamiento de clase media aspiracional que poseen la mayoría de los latinoamericanos, donde los dominicanos no son la excepción, han influenciado en el cambio de comportamiento y demandas que tiene la población hacia sus gobernantes. Y, es ahí donde se concatenan las agendas de esa clase media aspiracional con las de los intereses foráneos que enarbolan un discurso anticorrupción y del fortalecimiento de la institucionalidad democrática que ha barrido con todo a su paso en la región, y sería antidialéctico que en la República Dominicana no ocurra lo mismo.
Los discursos de transparencia y anticorrupción traen consigo una agenda conservadora y reaccionaria, que deben ser tomada con pinzas por los actores políticos que ostentan el poder político, y que quieren implementar una agenda progresista en favor de las mayorías. Esa agenda anticorrupción quiere imponer un nuevo esquema político, de que todo lo que representa la política tradicional es malo, y que el ente emprendedor representa lo nuevo y lo genuino para resolver los problemas que nos aquejan como sociedad. Esto se enmarca bajo la lógica individualista de las élites políticas conservadoras y financieras que imponen el capitalismo financiero y el neoliberalismo.
La permanencia del PRM en el poder más allá del 2024, va a depender de que tan alto sea el sentido de la historia que tienen sus dirigentes, para utilizar de manera estratégica, a esos (pivotes estratégicos), que son los actores de la sociedad civil que auspician esa narrativa del discurso anticorrupción y de transparencia. Por tal razón, el Gobierno que inicia el 16 agosto que encabezarán, Luis Abinader y el PRM, deben iniciar un proceso de adecentamiento de la administración pública donde impere el imperio de la ley, y el fortalecimiento de la institucionalidad democrática, con el combate frontal a la corrupción. Pero sin hipotecar la identidad partidaria ni la esencia progresista del proyecto político partidario, a cambio de un proceso de gobernabilidad sin caudillismo ni personificación de las instituciones trazada por la sociedad civil y los afiles imperiales locales.
Con un proyecto político genuinamente ético y moral, que tenga como eje central al pueblo mismo, el PRM logrará destronar esa estructura clientelar putrefacta que institucionalizó el PLD, que, con una justicia verdaderamente independiente, el vestigio que queda de ese Partido-Estado será cuestión del pasado, por lo que le permitirá al PRM gobernar de forma holgada y longeva, por lo que no debe ser un obstáculo para instaurar un proceso de cambio estructural progresista. Después de decapitada la estructura mafiosa oficialista, el siguiente paso debe ser aniquilar la estructura mafiosa de color esperanza que busca oxigenarse en detrimento del PLD para asaltar el Estado una vez más.
En medio de ese proceso, la cúpula dirigencial del PRM debe tener sentido de cuerpo y un proyecto político con una visión holística de la sociedad, donde primen los intereses progresistas, donde no ocurra una ruptura institucional fruto de la embriaguez de poder que genera la victoria actual, y entender los procesos históricos que eclipsaron el triunfo. Si la ambición personal desmedida se interpone sobre el interés colectivo, la permanencia del PRM de manera prolongada estaría en tela de juicio. Ahora bien, si el PRM cumple al pie de la letra estas recomendaciones gobernarán como el PRI mexicano, pero sin los vicios del pasado.