No pretendo enseñarle nada al Presidente Medina ni a Gonzalo Castillo. Mucho menos “enmendarles la plana”. Solamente intento compartir con el país una opinión bien fundamentada y, en todo caso, bien intencionada acerca del tema de la “sangre nueva”.

Fue el mismo presidente Medina quien puso sobre el tapete el concepto “sangre nueva”. En el marco de su alocución de hace aproximadamente un par de meses,  refiriéndose a la campaña del 2020, manifestó que “confía en que presenciaremos una campaña que inyecte sangre nueva a nuestra vida política…”.

Leyendo entre líneas, algunos interpretan que la expresión “sangre nueva” hace referencia a candidatos “nuevos” de su partido que aspiran a la presidencia de la República. Otros más suspicaces, interpretan que la expresión se refería específicamente al candidato de su preferencia, que terminó adoptándola  como lema de campaña de su candidatura. 

Admitir o suponer sin más explicación que sólo la “sangre nueva” es capaz de hacer un buen gobierno o gobernar en democracia  equivale a  reconocer como verdad un juicio que, más que verdadero, resulta ser  una falacia. Es decir, un razonamiento engañoso o erróneo que se usa para justificar una idea y en el que la conclusión no se infiere de proposiciones o premisas anteriores. 

El término “falacia” se utiliza también para describir todo aquello que se aleja del razonamiento lógico. Se considera sinónimo de “palabras vacías”, de mentira truqueada.

Siendo así, estaría en desventaja política y ética, y por tanto electoral, todo candidato que asuma como ideas-fuerza de su campaña el considerarse como el “prototipo de la sangre nueva”. Y si insistiera a través de los medios, entonces estaríamos frente a una publicidad política engañosa que desprestigia, miente, irrita y aleja votos.

Fue en un contexto político que el presidente Medina hizo referencia  a la “sangre nueva”. En este sentido, el concepto podría asumirse como “transfusión de sangre nueva a la democracia”. Y sintiéndonos motivados para desentrañar con datos científicos la falacia de Danilo y de Gonzalo, recurrimos al portal de Salud de la Fundación Carlos Slim.

Allí encontramos un enunciado avalado por datos científicos que dice: “Sangre vieja, tan eficaz como sangre nueva en transfusiones sanguíneas”. El reporte médico  enfatiza que durante mucho tiempo se pensó que cuando se requieren transfusiones de sangre, es mejor utilizar sangre fresca (nueva), pero investigadores canadienses llevaron a cabo un amplio estudio internacional que demuestra que lo anterior no es verdad.

El estudio, que involucró a casi 31,500 pacientes en seis hospitales de cuatro países, mostró que tener una transfusión con sangre fresca (nueva) no redujo la proporción de pacientes que murieron en el hospital. El estudio fue concretado por la Universidad de McMaster y se publicó en la revista New England Journal of Medicine.

John Eikelboom, co-investigador principal del trabajo y también profesor en la Escuela de Medicina Michael G. DeGroote, destacó que más de 40 estudios publicados anteriormente no pudieron responder adecuadamente si la sangre nueva era lo mejor.

La fuente también señala que “el estudio otorga una fuerte evidencia de que la transfusión de sangre fresca no mejora los resultados del paciente, y esto debería recordarle a los <médicos> que fresca o nueva no es mejor”.

Y siendo que la “sangre nueva” no garantiza la salud  del “paciente” (el país), habremos de concluir que la defensa de lo contrario  no sólo constituye una falacia, sino que también el perfil del nominado “candidato de la sangre nueva” es una falacia doble, repetida, desbordada. Tiene nombre.

Más que sangre nueva, lo que el país demanda con urgencia es “sangre buena” en la política, en la democracia y en la presidencia de la República. Un “trastorno” en la sangre puede causar “hemorragias anómalas y hematomas. Cefalea, plétora, trombosis, flebitis y petequias” que enferman y hacen morir la democracia.

Sin embargo, soy de los que cree que cuando el presidente Medina  habló de “sangre nueva” no tuvo la intención de mentirle a los candidatos y votantes de su partido y de otros.  Me queda claro que los presidentes no tienen que saberlo de todo y que no siempre cuentan con asesores capaces de escribir lo correcto en el “telepronter”.

Pensemos. Reaccionemos. Actuemos. Evitemos convertirnos en víctimas de la manipulación de esta falacia. ¡Ignorar no es un derecho!