Danilo Medina cruza un trance tormentoso; nunca imaginó que aquella visita que como presidente electo le hiciera a Lula hace casi cinco años lo atara irremisiblemente a un destino tan adverso. Sospecho que tampoco pensó que esos tratos iban a desatar las huestes más tenebrosas del mismo infierno. El imperio Odebrecht se desploma y en su caída libre promete aplastar a las potencias políticas y corporativas más fortificadas del subcontinente.
Pensé que en la Asamblea Nacional íbamos a ver a un hombre manso, cauto y reflexivo, pero me olvidé de que frente a las presiones algunos temperamentos quebradizos reaccionan de forma soberbia y hostil. El presidente tuvo que sacar miel de las entrañas para sobreponerse a su extravío y aparentar total autodominio en una situación que lo aprieta en el silencio. No le quedó bien el montaje; su fingimiento se percibió a leguas y su descaro relució palmariamente. Contemplé a un hombre atrapado en las breñas de sus propias dudas, sin argumentos, poder ni dominio frente a un cuadro volátil, peligrosamente contingente e incierto, cargado de más preguntas que respuestas hasta que se abra la “caja negra” de Brasil.
Estos tres meses serán infernales, tanto que algunos potentados ya abandonaron sus ruidosas pasarelas sociales; muchos restaurantes de la ciudad capital y del este extrañan sus consumos estrambóticos y sus voluptuosas mujeres. Las llamadas de las amantes no son atendidas, la prensa es eludida, las excusas de los amigos se amontonan y las juergas pierden chispa. Domina un ambiente crispado y áspero en los pasillos del poder, atestados de expresiones hoscas y plomizas.
Algunos peledeístas sanos quisieran hablar pero no pueden; se mueren por gritar su indignación; para ellos es un fastidio indecoroso seguir reverenciando a cuatreros ramplones como cuadros dirigenciales de la organización; no hay coordenadas claras y las señales se pierden. Lo grave es que en este callado martirio las fuerzas del caudillismo bicéfalo de la organización están en desbandada: Leonel y Danilo se han evitado desde hace tiempo; el orgullo los separa y los acecha para aplastarlos. Tal parece que están tan reñidos que prefieren esperar lo que tiene que pasar en Brasil, y punto. Cada quien lo hará a su manera: Leonel viajando y Danilo saltando, aunque se les quiebre el aliento.
Y es que lo que se haga judicialmente aquí para mejorar la posición del Gobierno y del PLD (o a favor de la impunidad, que es lo mismo) constituirá una inversión ociosa de tiempo y esfuerzo si lo que revelan los acuerdos de lenidad y delación premiada de Brasil es lo suficientemente contundente como esperamos. De no ser así y resultar un fiasco, el Gobierno evitará avanzar graciosamente procesos en contra de personas que nunca deben ser molestadas. En todo caso, el tiempo y algunos ensayos pirotécnicos en los pasadizos judiciales le darán el respiro que el presidente precisa para pensar y maquinar (¡Dios nos libre!).
El presidente ordenará quitarle celeridad a las diligencias del proceso, aunque en el ínterin y para entretener el morbo público solicitará prisión preventiva en contra de algunos. Por eso no es casual que su amigo Agripino Núñez Collado declarara el 31 de enero a la prensa nacional que la comisión que preside entregaría su informe a finales de febrero (con la idea de que sus conclusiones fueran presentadas por el presidente en sus memorias, presumo y agrego yo); sin embargo, el mismo 27 de febrero, el empresario clerical extrañamente anunció que su comisión contratará a una firma norteamericana para realizar el informe técnico de la obra. Este cambio tan drástico y sintomático pone en entredicho los criterios de desempeño de esta alta curia de dechados; no sé cómo algunos hombres meritorios permanecen todavía ahí. La declaratoria de complejidad del caso Odebrecht le agrega distensión al cuadro a pesar del reciente revés del acuerdo.
El presidente ha querido fingir calma por causa de las presiones sociales internas. Jugó desdeñosamente con el movimiento verde en su discurso, al que presentó como una manifestación renovada de la democracia participativa, sin embargo ni por cortesía se refirió a su pedido de nombrar abogados para que actúen como acusadores adjuntos en el proceso de Odebrecht, pedimento acreditado por más de trescientas mil firmas; pero además le sobró cinismo para insinuar cierta connivencia entre el reclamo verde y una parte del sector generador para provocar la paralización de la obra de Punta Catalina. Esa ligera y necia imputación le puso voz al delirio de una mente perturbada que alucina con haber complacido a una sociedad timada pero furibunda.
Danilo Medina debe entender que no existen razones para confiar en él. Hay que estar desvariando para esperar una actitud comprensiva por parte de la nación ¿Cómo confiar en un presidente embarrado de sospechas? Asesorado políticamente por Joao Santana, el hombre más fuerte de la mafia después de Marcelo Odebrecht como parte de su patrón operativo en todo el continente, ¿es confiable un presidente que todavía no ha rendido cuentas sobre la gestión financiera de su campaña y de su reelección; que defiende a capa y espada un proyecto otorgado a la misma empresa que confiesa haber sobornado y sobrevaluado las obras adjudicadas donde tenía operaciones; que no ha comprometido ni con la mirada a ningún funcionario o amigo de su entorno íntimo?
Por su parte, me dicen que Leonel Fernández anda muy despreocupado; alguien cercano me comentó que le ha restado importancia a los reclamos populares en contra de la impunidad en el entendido de que, a su juicio, son acciones de clase media sin peso electoral alguno. Vamos a ver si el tiempo le da la razón y de paso le evita algunos sobresaltos. Lo que él no se ha dado cuenta es que su fosilización política fue atizada justamente por esa misma clase media a tal punto de que sus vientos hoy no arrastran ni sus arcillosos escombros.
Danilo Medina, el Gobierno y el PLD están padeciendo apenas las ráfagas de una Justicia extranjera robusta. Las investigaciones de Brasil, Estados Unidos y Suiza les han mostrado en carne viva lo que es un poder independiente, ese que han evitado imponer en la República Dominicana; prefieren un sistema inoperante y postrado como carta de garantía de sus desafueros e impunidades, donde los fiscales son cortesanos de sus designios y una parte de los jueces, ¿o políticos?, traficantes de indulgencias. Ese poder es el que pretende el presidente que responda a los reclamos elevados por una sociedad dispuesta a sacrificar la gobernabilidad, si es necesario, para evitar que la impunidad imponga otra vez su soberbia. ¡Se quedarán verdes por lo que puede pasar!