La República Dominicana es un país profundamente marcado por la pobreza. Rico en nada. Con todas sus riquezas arrebatadas, usurpadas y embargadas. Con algunas riquezas decentes, las menos. Con riquezas indecentes, las más. Que no nos digan que somos un país rico en recursos turísticos, en minas y en sonrisas. El maquillaje ofende e insulta inteligencias.

Que no nos digan que la pobreza bajó y creció la indigencia. Igual de lacerantes son las dos. Tal como figura en el documento “Panorama Social de América Latina 2014”, presentado en enero de este año por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, la pobreza en el país bajó de 41.2% en el 2012 a 40.7% en el 2013. Y haciendo un esfuerzo para actualizar datos y fechas asoma la mentira y el engaño, o si se quiere, la bola de humo: “nuestra economía crece”.  Preguntamos: ¿Para quién?

Tras la mentira, la verdad dicha por el rector de una universidad católica del país, quien afirmó recientemente que “los dominicanos pobres no ven ni sienten que la economía está creciendo -como se afirma a través de los medios-. “Esa economía no está creciendo en las clases pobres, porque los pobres son más pobres, los ricos más ricos, e incluso la clase media está desapareciendo”. Una universidad rompió el silencio. Esperamos por la voz de las demás. Esperamos que éstas incluyan la pobreza en su discurso, en sus temas de estudio y, ojalá, en sus compromisos con la sociedad.

Somos un país con más pobres que ricos. Buena noticia para el gobierno y para los políticos. Muchas oportunidades para traficar con el dolor de los más necesitados. Oportunidades para comprar barato lo sagrado. Profanación cívica, burla, oportunismo, sonrisa del bufón sin corazón.

Pero también es una mala noticia.  El gobierno y los políticos olvidan que esos pobres, todavía con olor a dignidad, tienen el poder de otorgarles o de negarles el voto. Que esos pobres pueden cambiar el curso de la política dominicana, obligando a unos y otros, a verlos con respeto, a tratarlos con respeto, a asumir sus problemas con respeto; no sólo porque son más, sino porque en ellos descansa el poder popular y la vocación de la participación democrática para promover y reclamar con fuerza  la devolución de los derechos “escondidos y mal dibujados” para dar paso a las promesas demagógicas, populistas y humillantes.

Es el pueblo pobre mayoritario, excluido de las bienaventuranzas del gobierno y de los políticos enriquecidos por el gobierno; ese pueblo que sufre por cada corrupto de aquí y ahora que usurpa y roba lo que le pertenece a los pobres por derecho. Cada vez que un pobre mira a un corrupto debe despertarse en él indignación, debe decirse a sí mismo “ese tiene lo que me pertenece”; debe indignarse y convertir su indignación en expresión de la decencia, en expresión de su protesta legítima, no permitiendo que su voto sagrado lleve al poder a aquellos que han devaluado la democracia, que han puesto sus manos sucias en la política y que se han creído dueños eternos del poder que sólo le ha sido prestado por el pueblo.

Los pobres constituyen el “manjar” por excelencia del gobierno y de los políticos, los mismos que los hicieron pobres para luego ir en su defensa, pretendiendo apabullarnos con ostentaciones, fiestones y sancochos donde “mueren los indios”. Caravanas y “arreadas” acompañadas de sonetos cargados de simulación: “el candidato de los pobres”, el gobierno de los pobres”.

Sin los pobres los números de los triunfos electorales no dan. Sin ellos no se pueden cantar ni anticipar victorias en las urnas. La pobreza digna no se compra, la pobreza protestada no se acalla, el dolor de la pobreza no se cura con dádivas, no se alivia una vez al año. Se enfrenta con la concienciación de los pobres y desde los derechos de las personas a tener garantizados el acceso a mejores servicios públicos tales como salud, educación, transporte, trabajo y seguridad ciudadana. 

Atacar la pobreza es cuestión de promover los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales para todos los ciudadanos. No solamente para los elegidos del gobierno de turno y para los políticos con más “suerte” que decoro. Combatir la pobreza, sobre la cual se construyen muchas riquezas perversas, deberá ser una acción   impulsada por la decisión soberana de los pobres. ¡El gobierno, los legisladores, los políticos y los ricos -si es que alguna vez lo intentaron- aún no lo han logrado!

Serán los mismos pobres, conscientes de su poder político los que harán posible el combate real y la reducción de la pobreza. Su lucha por la equidad, la justicia y el derecho es más que posible, es más que urgente, es más que imperativo, es imparable.

Los partidos y movimientos políticos no contaminados por prebendas y corruptelas; que no se han repartido las monedas de Judas; esos deberán procurar caminar al lado de los pobres para ayudarles a curar las llagas causadas por las injusticias, la desigualdad, la xenofobia y la corrupción de los que nos gobiernan. Los hartos de estar hartos; los pobres, tantas veces burlados, despertarán y convertirán su voto adolorido en voto de la decencia, de la dignidad y de la liberación de los perversos devoradores de votos, de esperanzas y de derechos ciudadanos. ¡El poder políticos de los pobres hay que hacerlo visible!