Los discursos eclesiales sobre el aborto terapéutico y el nuevo código penal han estado apropiándose de los medios comunicacionales una y otras vez en estas últimas semanas, a razón de que el Presidente Danilo Medina haya sugerido que se despenalice el aborto terapéutico por considerarlo “lo más justo, equilibrado y acorde con el espíritu de protección de derechos”. Y es en este contexto que el jefe de Estado pide una revisión del código penal por el irrespeto y violación a los derechos de las mujeres.

No obstante, a dicha petición, los diferentes grupos religiosos del país condenan, culpabilizan y rechazan dicha petitoria, porque consideran que se están violando los Derechos Humanos de los cigotos de Dios. En este tenor aparecen las grandilocuentes narrativas eclesiales de los hijos de la Casa de David, augurando el desasosiego y la culpa por tomar decisiones sobre los “niños y niñas predilectas de Dios”, aquellos que tienen mal formación, las mórulas, cigotos y fetos que bajo el supuesto patriarcal no pueden defenderse de las huestes femeninas”.

La postura eclesial siempre ha utilizado la culpa. Las mujeres son definidas por sus pulsiones libidinales y por estar asociadas con la alegoría del Gran Pecado Original. La falta es simbólica y por tanto la culpabilidad se construye en el mundo de la cultura. Las entidades patriarcales: Iglesias de todas las denominaciones y el Estado han sojuzgado a las mujeres y controlado su reproducción social y biológica condenándola y culpabilizándola, si ellas mismas toman la decisión de empoderarse de su propio cuerpo.

Las mujeres no podemos olvidar que hay un goce que experimentan estos burócratas del “orden divino” para impulsar la supuesta cruzada salvadora de los cigotos divinos y siempre ha sido no sólo acusarnos, sino también condenarnos a la muerte en nombre del bien Supremo de sus límites éticos

Las feministas desde hace varias décadas han repetido una y otra vez que el ámbito doméstico es político y que nuestro propio cuerpo es una identidad propia y política. Hoy estamos presenciando amargamente, las voces delirantes y persecutorias de los gendarmes eclesiásticos y de ciudadanos patriarcales que utilizan los mismos discursos de los significantes religiosos.

Y me formulo la gran pregunta del siglo, de qué somos ontológicamente culpables las mujeres dominicanas?, cual es ese malestar que nos acompaña en la casa, escuela, universidad, trabajo, entre otras que nos sitúa en el centro mismo del sufrimiento por la opresión, las prohibiciones, la exclusión, la perdida continua y segura de nuestros derechos como seres humanos.

Cuál es el tiempo lógico que define a esta sociedad que se mueve con argumentaciones del medievo occidental que se escenifican una y otra vez por todos los medios comunicacionales posibles. Por qué tenemos las mujeres dominicanas que seguir escuchando las lamentaciones obsesivas de las iglesias acusándonos de ser transgresoras, carniceras y asesinas de “los hijos predilectos de Dios”. Por qué esas iglesias están siempre insatisfechas de su goce y misericordia eterna, sino están devorando y sujetando a las mujeres.

Que puedo decirle a mi hija Ana Ferrand, de este momento histórico, en el que desafortunadamente somos vejadas, anuladas, obligadas a renunciar a nuestro cuerpo, porque no queremos asumir las decisiones del  “Padre Opresor”,  ni un código penal que nos arrestará, si tomamos la decisión de Vivir, cuando nuestros úteros no pueda conservar o parir los productos de Dios. Qué respuesta le podré dar: la de la angustia o la de la materialización de la desobediencia, la resistencia, los gritos que encarnan la lucha por nuestros derechos reproductivos y el de no abandonarme, ni renunciar a decidir con libertad el derecho a la sexualidad, al aborto terapéutico y mandar sobre mi propio cuerpo.

Hoy todas las mujeres dominicanas tenemos el derecho de decidir por nuestros úteros y deshacernos de la neurosis obsesiva que encarnan los opresores. Estamos exigiendo que se revise el código y que se someta a unas series de reformas la legislación vigente para establecer la despenalización del aborto terapéutico y el aborto en general.

Los diputados elegidos por el pueblo tienen que situarse en el presente y dejar de escuchar voces represoras, que solo son parte de la ecuación angustiante del neurótico obsesivo cuyo objeto de deseo ha sido devorado por el peso aplastante de una institucionalidad castradora y autoritaria que nos propone un Dios fetichista y patriarcal que solo entiende la Ley, a través del respecto de la insignia masculina.

Estos límites éticos instauran un orden simbólico de un Dios que se ha moldeado, a la imagen de los intereses de ciertos grupos de clases y de estructuras institucionales que han apoyado siempre el matar, torturar y  exterminar en diferentes momentos históricos a todos aquellos que de manera activa o anónima han rechazados sus dogmas, preceptos y voluntad.

Las mujeres no podemos olvidar que hay un goce que experimentan estos burócratas del “orden divino” para impulsar la supuesta cruzada salvadora de los cigotos divinos y siempre ha sido no sólo acusarnos, sino también condenarnos a la muerte en nombre del bien Supremo de sus límites éticos. No queremos morir en manos de una obscena ley machista. En las manos de ustedes los congresista esta el defendernos  de estos coristas religiosos.