La constatación según la cual la existencia moderna se caracteriza por el sinsentido es demasiado general para ser objeto de una discusión seria. Cuando se asimila la modernidad a la pérdida de sentido, rara vez, por lo demás, se preocupa uno de saber si el sentido ha existido históricamente bajo la forma que ahora nos falta. En cambio, y como observó Blumenberg, “lo que es descriptible es el nacimiento de la sospecha del sinsentido”, de la frivolidad, de “la ceguera consumista y moral, de la angustia y  la alienación digital, del racismo y  la xenofobia”.

En el libro “Posmodernidad, identidad y poder digital. Las nuevas estrategias de la vida y sus angustias”, del poeta y ensayista dominicano José Mármol, publicado en Madrid, España, por la colección Miradas,  Bartleby editores, en el año 2019, hay una crítica al surgimiento virtual y ontológico de los nuevos valores de la información. A la violencia individual multiplicada por un factor inimaginable propio de la posmodernidad y la cultura del ciberespacio, una tensión nueva que a su vez es proveedora de conflictos: la tensión entre lo global y lo local, la dialéctica violenta que termina en un neologismo sintético, no sinérgico, al gusto de muchos académicos: lo “glocal”. Aunque lo “glocal" es tan solo una palabra que representa en todo caso una inmensa tensión subyacente, una especie de falla tectónica en el sustrato del discurso que se produce, según Mármol, cuando los usuarios de las redes sociales, en comunicación continua y creciente acumulan un potencial explosivo que a menudo termina en una deflagración, en un terremoto cuando las contradicciones llegan a alcanzar cierto punto, cierta masa crítica.

El destino humano siempre ha sido objeto de una interrogación angustiada: la insistencia de la tragedia griega en el “destino” es un buen ejemplo de ello. Pero la sospecha respecto al sentido del mundo en “su totalidad” es de otra naturaleza. Es señal de una inquietud cuyas raíces se hallan en el judaísmo y el cristianismo.  Para Mármol el problema filosófico de la naturalización del hombre, la sociedad y la cultura, pero, especialmente el primero, tiene sus referentes iniciales en filósofos presocráticos o, precisamente, naturalistas como Anaximandro y Empédocles, quienes subrayaron la probabilidad de una procedencia no sobrenatural o metafísica del hombre. El problema filosófico de la naturalización del hombre, apunta Mármol, tiene que ver con la acción racional o cientificista de despojar el desempeño del ser humano en la historia, de todo un conjunto de argumentación metafísica, teológica y teleológica, cuando no meramente intuitiva, para instalar al hombre en su contexto sociocultural.

La caída de los fundamentos, en la posmodernidad, entraña una actitud diferente frente al mundo y frente al decir acerca del mundo. La positivización del ser humano en las redes sociales no implica solamente la postura fuerte del devenir, sino que, además, abre una distancia entre el sujeto-desfundado y su propia vida.

El exceso de positividad se manifiesta, según Byung-Chul Han, como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos. Modifica radicalmente la estructura y economía de la atención. Debido a esto, la percepción queda fragmentada y dispersa. La violencia de la positividad no es privativa, sino saturativa; no es exclusiva, sino exhaustiva. Por ello, es inaccesible a una percepción inmediata. Este tipo de violencia no presupone, como dice Han, ninguna enemistad. Se despliega precisamente en una sociedad permisiva y pacífica. Debido a ello, es menos visible que la violencia viral. Habita el espacio libre de negatividad de lo idéntico, ahí donde no existe ninguna polarización entre amigo y enemigo, entre el adentro y el afuera, o entre lo propio y lo extraño.

Con la desaparición del referente, la situación cambia por completo. El ciberespacio, abierto en superficie para la elaboración de universos personales y comunes, permite y apela a la desidentificación del individuo para con la existencia misma. En efecto, la ausencia generalizada de sentido solo se convierte en un auténtico problema en un universo virtual marcado por la contingencia de lo superficial, lo volátil, lo efímero, lo líquido. Importan más la mera postura y la presunción que el conocimiento y la meditación radicales, como ha dicho Mármol.  Lo relevante hoy no es razonar en profundidad un argumento, una información, sino más bien, navegarlos, surfearlos, dar visos de que se visitó la idea, de que fue vista y no, precisamente, meditada. Aunque un canal digital como Facebook es más laxo, dice  Mármol, y el email o mensaje de texto a través del teléfono móvil nos ponen amarras menos rigurosas, en cambio, Twitter, un canal cada vez menos eludible, nos somete a la perversa lógica de la brevedad de 140 caracteres o algo más. De llevar al mundo electrónico el principio darwiniano de la supervivencia del más fuerte, la información más proclive a alcanzar la atención humana es aquella más breve, la menos profunda y menos cargada de significado.  De ahí la prevalencia de las oraciones en lugar de argumentos elaborados, palabras de moda en lugar de oraciones, fragmentos sonoros en lugar de palabras. Finalmente Mármol expresa: “Las generaciones actuales cuentan con una incalculable cantidad de información en la biblioteca virtual del ciberespacio. Sin embargo, cada vez más escasa, por breve, desmemoriada y superficial, su formación intelectual y espiritual. ¿Cuánto hemos ganado? ¿Qué hemos perdido?”.

La objetividad y la plena transparencia intersubjetiva sólo podrían alcanzarse bajo la condición de que la comunicación pudiera controlarse desde un punto como el de Arquímedes, fuera del lenguaje y de variabilidad histórica, sugiere Mármol. Pero no podemos determinar ni predecir completamente qué harán los demás con lo que hemos dicho y que no siempre coincide exactamente con lo que hubiéramos querido decir. Sartre lo expresaba con una imagen no exenta de exageración y dramatismo: “Las palabras viven de la muerte de los hombres, se unen a través de ellos; cada frase que formo, su sentido se me escapa, me es robado; cada día y cada hablante altera para todos las significaciones, los otros vienen a cambiármelas hasta mi boca”.

Toda la comunidad humana es una institucionalización de este expolio verbal; el pelaje de la creatividad es el riesgo del malentendido. Para beneficio de poetas y desconsuelo de “compulsadores”, (habitués de Internet), no existe un habla sin estilo, asegurada contra la resonancia equívoca. Porque toda articulación, en palabras del poeta Mármol, es sólo reproductiva, repetición de una convención fija, sino inventiva de un modo sistemáticamente incontrolable. El estilo individual desafía siempre la normalidad lingüística y desplaza los que hasta entonces eran considerados sus límites. El sentido es intersubjetivo y por eso yo no puedo controlar el uso y la compresión a los que otros someterán mis expresiones.

No necesitaríamos ponernos en camino hacia la comprensión intersubjetiva si esa comprensión estuviera garantizada o fuera manifiestamente imposible.  Comunicarse virtualmente es ya un desmentido de la transparencia absoluta y de la absoluta incomunicabilidad. De ahí la irreductible pluralidad de nuestras exploraciones del mundo, sin las cuales no habría ningún motivo para intentar entendernos. Aunque nuestras visiones del mundo no son anticipables, según el análisis de Mármol,  vivimos la realidad  que surge del modelo de una racionalidad tecnológicamente avasalladora, dejando al margen las solemnidades de rango y escalafón, para preguntarse simplemente desde donde se comprende mejor el mundo.