La reciente declaración de la diputada Minou Tavárez Mirabal en el sentido de que no descarta la posibilidad de crear un nuevo partido político que refleje la esencia, la moral y la ética perdida dentro de su partido, es síntoma de las profundas diferencias internas y de criterios entre la línea ortodoxa del comité político, el comité central, las bases y los sectores pragmáticos del partido morado.

A ello se suman las diversas “pinceladas de opiniones” que en su oferta programática expresan los precandidatos a la presidencia sobre lo que se debe hacer para el progreso del país, una vez se defina quién sería el aspirante oficial de esa colectividad política en un escenario hipotético libre de oposición efectiva para las próximas elecciones.

Para nadie es un secreto las posiciones planteadas por algunos de los precandidatos del PLD a la Presidencia, entre ellos Leonel Fernández, Reynaldo Pared Pérez, Francisco Javier García y Temístocles Montás, al parecer difieren de forma, de fondo y en contenido ideológico y en lo práctico. Tanto así, que resulta difícil definir cuál es la línea ideológica de un partido liberal de centro que pretende dirigir los destinos del país durante los próximos años.

Mientras unos propugnan por cambiar el actual sistema de cosas, combatir la corrupción, el nepotismo y los altos niveles de delincuencia, adoptar un nuevo paradigma, preservar los privilegios o eliminar el favoritismo entre compañeros, otros se enfocan en reestructurar la naturaleza del Estado dominicano, actualizar la justicia, aumentar los salarios a jueces y policías, combatir el narcotráfico, aumentar el turismo o crear más empleos para dinamizar la economía y robustecer la debilitada clase media, entre otros asuntos de índole público.

En medio de todo ese telón de fondo discursivo, y con los dos timoneles principales manejando los hilos de la estrategia política del mismo barco –uno en el Palacio Nacional y el otro en la sede del partido en la Zona Universitaria—la esencia de los discursos de los precandidatos se reduce a un simple axioma en medio de la tormenta: mantener el poder y el control del país a toda costa, más allá de Leonel y Danilo, o “de la cuerería política.”

No se trata de las necesidades prioritarias de la nación para superar las causas del atraso social y económico, sino de la misma naturaleza y la esencia de un partido y su razón de ser que se debate a lo interno: la lucha entre el continuismo y la alternancia, entre lo nuevo y lo viejo, entre la juventud y el relevo generacional, entre el progreso y el atraso, entre la luz y la oscuridad, entre los postulados de Juan Bosch y el espíritu de Maquiavelo.

A nadie debe sorprender que en los próximos meses la lucha interna se agudice con algunos “compañeritos” reclamando méritos pasados y presentes para justificar sus aspiraciones o cargos; a otros se les pasará factura para cobrar viejas deudas, mientras el desencanto gana terreno entre dirigentes y las bases que aportaron al éxito con sus esfuerzos y a cambio recibieron la indiferencia durante años. Todos esos truenos en el horizonte de los peledeístas son barruntos de una tormenta perfecta.