Los dominicanos no parecen entender que, en el debate sobre Haití, enfrentan siempre las consecuencias y no a las causas del problema, por eso, justamente, para los dominicanos el problema haitiano es la inmigración descontrolada.
Este no es el problema, sino la consecuencia. Sin estabilidad política ni prosperidad mínima, Haití, que no puede tirarse al mar, está obligado a romper cualquier frontera hacia el este. Haití, y en eso coinciden todos, es una bomba de tiempo, un estado fallido y como tal, no puede dejarse a la deriva.
Deberíamos poner el orden en Haití se dice en los pasillos. Hay que someter ese pueblo a la disciplina y la obediencia claman otros. Pero, someter a Haití a la obediencia es difícil, caro y no es rentable; no hay petróleo, uranio, diamantes ni ninguno de esos recursos por cuya extracción y posesión hay tantos gobiernos y mercenarios dispuestos a matar.
El peligro de Haití para otros países, excepto el nuestro es que, como tierra de nadie pudiera ser trampolín para actividades criminales o terroristas exportables. Pero ese peligro es más bien bajo porque Haití no es musulmán, ni tierra firme enclavada en el corazón de un continente. Para nosotros, en cambio, Haití es un problema existencial que hemos preferido despreciar y no entender.
Los ricos del mundo, en muchos sentidos, no tienen nada que ir a buscar a Haití. Por lo tanto, y una vez más, estabilizar a Haití vuelve a ser un problema dominicano. Pero los dominicanos no pueden pensar en Haití más que en términos de soluciones militares y policiales ninguna de las cuales resolverá el problema. Pensamos siempre en alejarnos; jamás en involucrarnos; No estamos preparados; acudimos a las ONG de cuya insuficiencia es preferible ni hablar.
Hemos criticado por años la intervención haitiana en nuestros asuntos internos, pero nunca la hemos imitado y siempre la hemos malinterpretado. Error nuestro. Haití intervino siempre en nuestro país como una forma de proteger su independencia porque, se nos olvida, fueron ellos el primer país del mundo donde los esclavos negros se convirtieron en libres, tomaron el poder y tras una insurrección particularmente sangrienta fundaron una república negra. Dominicana no puede vivir a largo plazo con un estado fallido en sus fronteras sin que se convierta a sí misma, por arrastre, en otro estado fallido. Los haitianos entendieron que nuestras propensidades europeístas y anexionistas los ponían a ellos en peligro y decidieron actuar y lo hicieron cada vez que entendieron e identificaron cuál proyecto, facción o partido político nuestro resultaba más ventajoso para ellos.
La anarquía y el terror reinantes en Haití plantean problemas vitales a los dominicanos. Necesitamos estabilidad y prosperidad en Haití, pero esperamos, como en otros tiempos, que grandes potencias la propicien y eso ya no parece posible. Estamos obligados a fomentarla nosotros y colocarnos como intermediarios.
Los países ricos aceptarán de buena gana la intermediación dominicana porque no tienen de otra y los nacionalistas más extremos podrían ocupar ese espacio a menos que estuvieran dispuestos a exterminar a 10 millones de haitianos algo que ni siquiera Hitler logró hacer con los judíos.
Haití ingobernable es una amenaza permanente de devaluación de todos nuestros activos y puede convertirse en santuario de esa violencia y base de operaciones para el asalto a otras estabilidades políticas precarias en la región. Haití ingobernable devalúa el turismo en dominicana y coloca a la industria de bienes raíces en inconveniente coyuntura.
Con tanta tuberculosis, SIDA, malaria, cólera y COVID; sin garantías de orden público, con la seguridad ciudadana descuartizada allá y bajo asedio aquí, las acciones de contratistas y bancos dominicanos sufren. La catástrofe haitiana devalúa el turismo, el clima de negocios, los bienes raíces dominicanos y el medio ambiente.