Desde hace cierto tiempo, la prensa nacional ha llamado la atención pública sobre el contraste de las largas filas matutinas de pacientes que buscan asistencia en el Instituto de Oncología “Dr. Heriberto Pieter”, el viejo Oncológico, y las vistosas salas vacías del nuevo hospital del cáncer – INCART – construido a escasas esquinas del primero.
Esas largas filas, aparte de un indicador de la expansión de las enfermedades cancerígenas en la población dominicana, revelan también lo que representa el viejo Oncológico en el imaginario de la mayoría de la población. Por ejemplo, cada vez que un dominicano, de cualquier edad, sospecha tener o efectivamente le han diagnosticado cáncer, en lo primero que piensa es en el Oncológico como destino fiable para diagnóstico y tratamiento.
El Instituto “Dr. Heriberto Pieter” ha construido, durante más de 70 años, una íntima y fructífera relación de servicios vitales con las grandes masas de familias dominicanas, y por eso sus miembros continúan hoy confiados haciendo filas en los patios y veredas de “su Oncológico”.
Tomando en cuenta esa realidad, fue correcta la decisión inicial del ex presidente Leonel Fernández de construir un gran hospital del cáncer en los terrenos de la UASD para trasladar allí al Instituto “Dr. Heriberto Pieter”; lamentablemente, el propio gobernante echó para atrás esa decisión pocos meses antes de finalizar su mandato en el 2012, y mediante decreto transfirió al Ministerio de Salud Publica la administración del nuevo hospital.
Lamentablemente, desde su inauguración en el 2012 hasta la fecha, según reportes recientes de prensa y testimonios de pacientes, el nuevo hospital – el INCART – grande, lustroso y público, permanece prácticamente vacío.
La situación se agrava porque desde sus inicios el nuevo hospital ha tenido renuncias y cancelaciones desde empleados menores hasta directores, así como áreas claves de atención y diagnósticos cerrados por falta de condiciones y porque costosos equipos permanecen dañados, tales como los de medicina nuclear, cirugía mayor y resonancia magnética, entre otros.
De alguna manera, estas realidades han contribuido a reforzar el apego de la población a su viejo Oncológico, y eso explicaría en parte que el flujo de pacientes al viejo Oncológico se haya incrementado después de la apertura del INCART.
Ahora bien, no todos han interpretado bien ese contraste entre el viejo Oncológico y el nuevo INCART. Lo más evidente es que durante más de 70 años la Liga Dominicana Contra el Cáncer (y su Oncológico) ha demostrado ser una ONG de salud extraordinariamente exitosa, comprometida con los pobres y que por tanto debería servir de ejemplo a cuidar por los gobernantes.
Lamentablemente, algunas personas interesadas se ha han descolgado por el pensamiento fácil y estrecho, y están proponiendo que esas largas filas matutinas de pacientes, a tan escasos metros del hospital nuevo, sean eliminadas utilizando a SENASA, al SNS (Sistema Nacional de Salud) y a otros poderes del Estado, para quitarles los pacientes del régimen subsidiado al Oncológico y llevárselos todos para el INCART – exclusivamente -, a ver si este se llena. Esto significaría el estrangulamiento económico del Oncológico, que recibe una gran cantidad de pacientes subsidiados, y, de paso, la creación de un monopolio público en un servicio crítico y especializado; monopolio cuya futura eficiencia y probidad nadie asegura.
Afortunadamente, hasta la fecha, las máximas autoridades de SENASA han mostrado estar bien intencionadas y la gente espera que no cederán a presiones y sugerencias que harían daño a los pacientes y al propio Gobierno.
En resumen, el oncológico es un magnífico ejemplo de la capacidad de ciudadanos desinteresados de la sociedad civil – integrantes de la Liga Dominicana Contra el Cáncer, Inc. – para construir soluciones efectivas a las demandas de atenciones especializadas de salud por parte de la población pobre, y lo único que haría un Gobierno dirigido por gente inteligente seria ampliar y fortalecer esa colaboración ¡nunca estrangularla!