La virulencia con la cual los sectores más conservadores de nuestra sociedad han atacado en los últimos años la libertad de expresión ha llevado a muchos dominicanos a pensar que nos encontramos en el umbral de una era de oscurantismo.Temen que el conservadurismo ultramontano que se coló en la reforma constitucional nos haga cosechar un país camino del Medioevo. Los ataques a la comunidad LGBT por manifestarse, el intento de censura a PROFAMILIA, la prohibición por parte de la CNEPR de un concierto, las acusaciones y amenazas contra los defensores de los derechos de los dominicanos de ascendencia haitiana y el intento de obligar al Presidente a requerir la sustitución del embajador de los Estados Unidos parecen indicar que tienen razón.

Sin embargo, creo que estos hechos tienen otra lectura.

La sociedad dominicana vive un momento de rápida expansión de opiniones no tradicionales y un ambiente de creciente respeto a la diferencia. ¿Cómo llego a ésta conclusión a partir de las manifestaciones de intolerancia arriba señaladas? El camino empieza en la reforma constitucional.

La tarde del 26 de enero de 2010 los sectores más conservadores de nuestra sociedad se congratularon a sí mismos de haber conseguidoimportantes victorias en el proceso de reforma. La prohibición constitucional del aborto y del matrimonio igualitario y la exclusión de los descendientes de haitianos de la nacionalidad eran objetivos que tenían décadas intentando lograr.

Pocos lo notaron entonces, pero esa victoria tenía tufo a fracaso. Fue, en el mejor de los casos, una victoria pírrica y temporal.

Otra consecuencia, imprevista, de la jugada constitucional ultraconservadora es que legitimó como temas de debate público lo que buscaba prohibir. Confundieron el efecto de las normas jurídicas con el de las normas morales

Esto se hace evidente para quien revisa la historia de la reforma. Debemos recordar que esta se hizo en dos lecturas. Para la primera, el catolicismo ultraconservador pretendió lograr sus objetivos por sí sólo. Actuó sin apoyo de otros sectores igualmente conservadores, pero que nunca han sido de su agrado puesto que compiten en otros ámbitos por la influencia social. Nos referimos, claro está, a las iglesias evangélicas organizadas.

De hecho, la Iglesia, representada por el Cardenal, se opuso públicamente a que los ministros evangélicos tuvieran el privilegio de poder oficiar matrimonios con efectos legales. El rechazo del Cardenal estuvo basado en un argumento teológicamente humillante para los protestantes: afirmó que estas iglesias carecen de sacramento para el matrimonio. Y logró su objetivo. El texto constitucional aprobado en primera lectura no incluyó la facultad de los ministros o pastores protestantes de oficiar matrimonios con efectos legales.

Sin embargo, no todo pintó color de rosa. El avance de su proyecto ultraconservador encontró resistencia inusitada en la opinión pública. Por ejemplo, el entonces artículo 30 –con el que se pretendía prohibir el aborto en todos los casos- se convirtió en uno de los temas más debatidos, amenazando con opacar el resto de los temas. La Iglesia más conservadora cayó en cuenta de que, contrario a lo que pensaba, no podía luchar con todos a la vez y terminó buscando aliarse con los protestantes para enfrentar a la opinión pública liberal. Por ello, en la segunda lectura sí se aprobó la posibilidad de que ministros protestantes efectuaran matrimonios. Puede parecer un sacrificio menor, pero no lo es. Representa la renuncia a una de las joyas de la corona del catolicismo como religión predominante. Fue la necesidad y no el ecumenismo lo que obligó a hacerla.

El resto de la historia lo conocemos. Los conservadores han desplegado denodados esfuerzos para lograr seguir imponiendo su visión de la sociedad. Y lo hacen fundamentados en su interpretación de la Constitución. Pero  frente a una sociedad que demuestra querer desarrollarse y convivir sin estar sometida a su guarda moral. Una sociedad en la que incluso la gente de fe está cada vez más hastiada del fariseísmo intolerante de unos pocos.

Y es precisamente esa instrumentalización de la Constitución lo que pone en evidencia la verdadera situación en la que se encuentran. De la misma forma que la alianza de católicos ultramontanos y protestantes ultraconservadores, la constitucionalización de sus preceptos morales fue una señal de debilidad y no de fuerza.

Se está intentando utilizar la Constitución como dique de contención frente a un cambio social que se les viene arriba y que saben incontenible. Hace apenas veinte años no era necesaria la fuerza del Estado para que sus posiciones se impusieran. Hoy requieren la protección de la más alta norma del ordenamiento jurídico.

Otra consecuencia, imprevista, de la jugada constitucional ultraconservadora es que legitimó como temas de debate público lo que buscaba prohibir. Confundieron el efecto de las normas jurídicas con el de las normas morales. No tomaron en cuenta que, al constitucionalizar sus pretensiones, quebraron el tabú que las sostenía. Hablar hoy de aborto y matrimonio igualitario es hablar de la Constitución. Es decir, algo perfectamente normal. Y, una vez un tema se convierte en punto legítimo de discusión abierta, el cambio no tarda en llegar.

A estos sectores que no quieren que los demás se expresen con la misma libertad que ellos les quedan aún algunas alegrías. Habrá más prohibiciones de conciertos, se seguirá insultando a los que defienden a los descendientes de haitianos, se seguirá discriminando a la comunidad LGBT. Lograrán incluso que los tribunales les den la razón. Celebrarán la más que probable “derrota” de PROFAMILIA y otros más.

No se darán cuenta de que están dando patadas de ahogado, que quien termina refugiándose en el poder público para limitar los derechos de los demás cede la plaza pública, que es donde se define la historia. Esta, como todas las resistencias numantinas, está destinada a fracasar. Por mucho que sientan que se visten de gloria no podrán detener la rueda de la historia. Clío es implacable y tienen acreencias pendientes con ellos.

Tal y como decía Martin Luther King Jr. -un verdadero cristiano-: “El arco del universo moral es largo, pero tiende hacia la justicia”.