El mundo que hasta este momento
hemos creado como resultado de nuestra forma
de pensar tiene problemas que no pueden ser resueltos
pensando del modo en que pensábamos cuando los creamos.

Albert Einstein

Cuando revisamos los presupuestos en que se basó la modernidad, nos encontramos con las facturas que nos dejaron firmadas sobre la mesa Francis Bacon, René Descarte, Galileo Galilei y otros tantos científicos. Sobre los alcances de su saber, se fundamentó la sociedad, que no tuvo dudas en tomar como herramienta guardada en el macuto para su construcción, esa interpretación religiosa interesada de la biblia, que nos trazaba “Y Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó…Y los bendijo Dios, diciéndoles: Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad” (Gén 1, 27-28).

Con Descarte perdimos lo holístico (visión de la totalidad) y aprendimos a separar y aislar los objetos y sujetos del entorno, lo natural de lo cultural, la naturaleza del hombre. Aquí emergió rápidamente el concepto de “medio ambiente” y el “entorno de lo humano”, como dos islas que no hemos podido reconciliar. Sin embargo, la iglesia nos había convencido que debíamos someter y dominar la tierra a cualquier costo, como un mandato divino. Este planteamiento encontró en Francis Bacon, el aliado perfecto, quien plantaría la semilla de nuestro modus operandi capitalista explotador: «subyugar a la naturaleza, presionarla para que nos entregue sus secretos, atarla a nuestro servicio y hacerla nuestra esclava”.

Este discurso de Bacon, fue reforzado por Descarte dando así plenitud a nuestras intervenciones despiadadas sobre la naturaleza, logrando nuestro confort y bienestar sin medir los costos y consecuencias: “…podemos encontrar una práctica mediante la cual, conociendo la fuerza y ​​las acciones del fuego, el agua, el aire, las estrellas, y de todos los otros cuerpos que nos rodean, tan claramente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, podríamos emplearlos de la misma manera para todos los usos para los cuales son adecuados, y así convertirnos en amos y poseedores de la naturaleza. Esto no sólo es deseable para la invención de una infinidad de artificios, que permitirían disfrutar sin dificultad los frutos de la tierra y todas las conveniencias que se encuentran allí…”. (Discurso del Método, 1637).

El resultado de esa insaciable sed de esclavizar la naturaleza, expandir el crecimiento, bienestar, confort y caprichos de todos los matices departe del ser humano, están selladas en las cifras del deterioro ambiental que nos delata, donde el 20 % de los habitantes más ricos de la Tierra tienen 150 veces el ingreso del 20 % más pobre, y las naciones industrializadas, que agrupan el 25% de la población mundial, consume el 70 por ciento de los recursos y carga sobre sus hombros con la  responsabilidad de la mayor tasa  de contaminación mundial; cada año se pierden 25,000 toneladas de suelo, y debido a uso del carbón, petróleo, gas natural y emisiones ligadas a la fabricación de cemento, se inyectan a la atmosfera por lo menos 5,300 millones de toneladas de CO2, elevándose en un 20 % en este siglo. En tanto, los bosques tropicales los estamos aniquilando a un ritmo de 170,000 km2 /año, y se destruyen 4 millones de hectáreas de zonas cultivables, por procesos de desertización.

Ese panorama demoledor, nos muestra que una especie está desapareciendo por hora desde el año 2000 y siguen desapareciendo otras sin que los científicos se hayan enterado de su existencia; escasez y contaminación del agua, el suelo y subsuelo, el aire con todo tipo de productos; aumento de la población, con un crecimiento del 3-4% anual, en tanto que la producción de alimentos aumenta sólo un 1,3%; unos trece millones de personas mueren cada año debido al deterioro del medio ambiente, y unas 200,000 como consecuencia directa del cambio climático, según asegura un experto de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Asegurando además, que el 25% de la carga global de enfermedades se debe a la degradación paulatina del medio ambiente. Un 33%  de la población mundial no cuenta con obras sanitarias adecuadas y 1.000 millones de habitantes no disponen de agua potable. No obstante, sigue en aumento nuestras huellas imborrables sobre la tierra (huella ecológica, hídrica, de CO2 etc); calentamiento global, cambios bruscos del régimen climático y pluviométrico y desastres naturales en lugares que nos parecían inimaginables.

Con la realidad dramática sabemos, aunque no lo asumimos, que el desarrollo en el cual creemos y al cual ofrecemos nuestros sueños, energías y salud, no es infinito. Tampoco son infinitos los recursos en que se anidó ese modelo de desarrollo, ni tampoco son inmutables esos presupuestos de la ciencia que lo condujeron. Con el dolor de la madre tierra, entendimos que en nuestra casa común no somos objetos aislados, sino “relaciones de objetos y sujetos” (Dr. Alejandro Rodolfo Malpartida)…también descubrimos, que estamos hecho de relaciones, inter-relaciones, dependencias, inter-dependencias, conexiones, inter-conexiones,  inter-retro-relación e intercambios, y que somos una parte del ecosistema, no los  dueños, amos y señores.

Frente a este esquema de deterioro y despilfarro sin piedad, es innegociable un nuevo paradigma. Entendido el paradigma “en cuanto manera organizada, sistemática y corriente de valorar, interpretar, relacionarnos con nosotros mismos y con todo el resto que nos rodea. Se trata de modelos y patrones de apreciación, explicación y acción sobre la realidad circundante en el hábitat y en la historia” (Leonardo Boff). Este  paradigma, se tiene que basar en el cuidado, en una manera de ser dialógica con todos los seres vivos, como comunidad planetaria; que nos lleva a tener nuevos valores, pensamientos y estilos de comportarnos; un cambio cultural, social, político, y económico para evitar que la crisis ecológica nos borre de la tierra siguiendo este modelo de desarrollo maldito. De antemano, está descartada la visión de ver como esclava a la naturaleza y esa tendencia de la acumulación voraz y perversa para unos pocos, porque no es ecológica ni sostenible, no garantiza nuestro presente ni el futuro de las demás generaciones.

No hay elección, por muchas vueltas que le demos a la arepa. Si no pudimos ser buenos administradores cuando nos entregaron la tierra en el principio, debemos tratar de ser a partir de ahora, buenos cuidadores para salvar la madre tierra y salvarnos;  no tenemos otra alternativa. Todavía estamos a tiempo. Somos adam, hijo (a) de la tierra (adama).