Si bien la economía mundial vivía una situación de bastante incertidumbre y perspectiva pesimista durante gran parte del año 2019, el panorama cambió hacia un pánico universal al iniciarse el 2020, pero por razones completamente distintas.

El ambiente de pesimismo en el 2019 provenía, en el plazo inmediato, del impacto global previsible de la guerra comercial emprendida por el presidente estadounidense contra China y contra casi todo el mundo, así como del previsible impacto del brexit en las economías europeas. Y en el plazo mediato al temor a los efectos del cambio climático, de la creciente desigualdad y de que el ambiente de neo nacionalismo y proteccionismo económico terminaran por hacer sucumbir el multilateralismo, la apertura, cooperación internacional y la paz mundial, logros principales de los acuerdos posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Pero de golpe, llega el 2020 y el coronavirus y, con él, una amenaza aún mayor para la economía mundial y, claro está, para la dominicana. Nuestra economía había salido relativamente bien de la incertidumbre que la impactaron en el 2019, derivadas, no solo de las amenazas exteriores, sino del daño propinado al sector turismo por la imagen negativa del país que se extendió en el exterior, y después por el temor a la inestabilidad política que generaban los intentos de reforma constitucional.

La forma abrupta como apareció el coronavirus en una gran ciudad industrial y comercial de China (en China todo es grande), su enorme capacidad de transmisión y propagación, y las primeras noticias sobre su letalidad, pusieron al mundo patas arriba. A ello contribuyó mucho la difusión de mensajes negativos por vía de las redes sociales, algunos educativos y otros confusionistas.

Y ante este nuevo caso, sin que ello signifique restar importancia a la necesidad de un esfuerzo coordinado para controlarlo y buscarle remedio, el pánico puede ser mucho más dañino para la economía mundial y, muy especialmente, para la dominicana, que la enfermedad misma.

Aunque la gente está muy asustada por la fácil propagación y, particularmente, por la carencia de inmunidad debido a que no hay remedio ni vacuna, los números hasta ahora no asustan tanto. En China, origen y principal afectado, las cifras son de unos 80,000 afectados y de unos 3,000 muertos, pero en ese mismo período en China han muerto más de dos millones de personas, sencillamente porque les llegó su hora. Y en muchos casos este lo que hizo fue acelerar el desenlace de algunos que estaban en lista de espera.

Claro está, la propagación del mal está en sus inicios y faltan muchos números para que se puedan emitir juicios serios. Además, China no es un buen ejemplo porque está más preparado en términos médicos y de organización social para controlar la transmisión. Construir hospitales con tal celeridad, poner en aislamiento a tantos millones de personas y restringirles el contacto social de esa forma es impensable en sociedades más abiertas. En la República Dominicana no hay forma de evitar su propagación, por la gran vinculación con los extranjeros y un sistema de salud precario, por mejor trabajo que hagan las autoridades del sector.

Los primeros datos sobre el impacto económico para nuestro país parecerían ser positivos: bajos precios del petróleo, aumento del oro y menores tasas de interés. Pero no nos hagamos ilusiones; la producción va a caer en todo el mundo por baja productividad, unidades paradas, ausentismo laboral, cortes en las cadenas de producción y distribución, etc., con su secuela de pérdidas de empleos e ingresos.

Y a nosotros nos va a dar por donde más nos duele la herida: el turismo, y este puede ser un efecto más duradero que los positivos. Las industrias que mayor temor infunden son los aviones, los aeropuertos, los cruceros y los espectáculos. Todos dan de lleno a nuestra gran industria, el turismo. El efecto económico sectorial va a estar muy influenciado por la celeridad con que se le encuentre una cura o una vacuna, pero va a ser grande.

Y cuando hablamos de turismo hablamos de toda la economía nacional, pues es el sector con más relaciones intersectoriales que tiene nuestro país. Es decir, su impacto se sentirá en las manufacturas, la construcción, agricultura, ganadería, transporte interno, comercio, finanzas y los servicios en general. Y por tanto en el empleo, los ingresos fiscales, la pobreza, etc.