Un gran pensador norteamericano fallecido en abril de 2006 a los 97 años, John Kenneth Galbraith observaba en uno de sus libros: "La Cultura de la Satisfacción" la imposibilidad que tenía el poder y quienes a su sombra medran de mirar adelante, de pensar a largo plazo, de calcular y anticipar consecuencias de efecto no inmediato. Prefieren acogerse –señalaba- a las creencias que les convienen haciendo sus deseos equiparables con la realidad.

Las potencias occidentales, EEUU, Inglaterra, Francia, Alemania, los países más prósperos que se vanagloriaban –y con razón- de sus instituciones democráticas y muchos de los cuales entendieron que debían imponer dicho modelo al resto del mundo ahora, no temen desacreditar, desvalorizar, anular y suprimir las instituciones que ellos mismos crearon, los valores que ellos mismos defendieron y la cultura que ellos mismos fabricaron. 

¿Dónde está la evidencia que sustente esta afirmación?

¿Por qué habrían de hacer una cosa semejante?

La libertad de prensa, de expresión y tránsito, los derechos humanos  y las convenciones y tratados que los amparan en general han sido severamente restringidos con las leyes antiterroristas aprobadas en Inglaterra y EEUU. Los Presidentes y Primeros Ministros apoyan guerras a pesar de la oposición mayoritaria de su población a dichas guerras, sin plesbicito ni consulta, como si al momento de ser elegidos se les hubiera extendido una autorización ilimitada y abierta.  Los jefes de estado y de gobierno mienten abiertamente y cuando se publican las pruebas de sus mentiras no pasa nada; con frecuencia resultan reelectos y a veces premiados como Tony Blair que fue designado Alto Comisionado para el Medio Oriente, la región que más severamente perjudicó en su gestión. El dinero y la corrupción han hecho estragos igualando a estadistas con mafiosos, chulos o criminales como acontece con Berlusconi. La modernidad líquida definida por Bauman se ha apoderado del sistema de valores prevaleciente en el quehacer político y la gestión pública. Todo es relativo, sujeto a conveniencia, condicional, transitorio, excusable.

Las elecciones nacionales, por ejemplo, consagradas como la manifestación democrática suprema solamente son válidas y aceptables si los resultados me convienen y ello a pesar de que los ricos pueden meter todo el dinero que quieran para favorecer a sus candidatos a expensas de las restricciones que antes existieron y que ahora ya no existen, gracias, entre otras decisiones a una de la Suprema Corte de los EEUU que desde 2010 lo autoriza. De lo contrario, puedo ignorarlas, obrar ilegalmente contra el ganador y además asociarme a sus adversarios. Hamás ganó en 2006 las elecciones en Palestina, pero ese no era el resultado que querían los israelíes ni los norteamericanos. En Egipto, Mubarak practicó el fraude electoral al desnudo contra la oposición laica y la Hermandad Musulmana, todos lo sabían pero nadie lo condenó explícita y categóricamente. En Georgia, Sahskashvily también acude al fraude, pero lo protegemos porque es uno de los nuestros y en Ukrania los EEUU compran un Presidente mientras los rusos sobornan un primer ministro. En Kenya, Zimbabwe, Somalia, Perú, México intervenimos según conveniencias y complicidades no principios.  Denunciamos genocidio en Darfur, pero ocultamos el genocidio Israelí en Gaza. En Burma, los jefes militares hacen lo que les viene en gana pero no nos atrevemos a meternos con ellos pues China cuida esa parte del negocio. En La Haya, Milosevic ahora Mladic y otros jefes militares y políticos serbios han sido juzgados y condenados por crímenes cometidos en la guerra de los Balcanes, pero ningún dirigente político o militar israelí,  ingles o norteamericano ha sido ni siquiera acusado de esos delitos a pesar de haber cometido peores crímenes de torturas, abusos, genocidio en Palestina, Irak, Pakistán o Afganistán. En la India, que celebramos como la gran democracia, Narendra Modi, Ministro Jefe del Gujarat orquestó el genocidio de mas de 2000 musulmanes en 2002; fue identificado y denunciado por sus crímenes y sin embargo fue reelecto y hay que ver como defendió sus crímenes.

Decir que Occidente simplemente cedió a las presiones avasalladoras de Bush y su grupo deja fuera una parte demasiado grande de la verdad: La complicidad.

La prensa nunca fue tan abyecta y servil. Los dueños, al servicio de las corporaciones o son ya ellos mismos corporaciones. Los periodistas en una carrera de ratas por ocupar posiciones y codearse con los poderosos. La ciudadanía entregada a la publicidad, los deportes, el sexo barato y otras formas de embriaguez y embrutecimiento colectivo. Los políticos de turno abrazando una cultura del poder para divertirse y pasarla bien mientras empresarios, militares y funcionarios se acomodan al futuro de ingresos generosos producto de compromisos corporativos o de hurto y peculado oportuno para asegurar una vejez opulenta.  Por todo lo anterior, ratifico mi convicción de que este sistema no tiene arreglo desde dentro. Tiene que derrumbarse, colapsar y de sus ruinas saldrá un mundo nuevo. Por eso mismo afirmo que la crisis económica mundial no es solamente eso; es también, tras metamorfosearse, una crisis de un estilo de vida y de un sistema de valores.

Todo lo que ocurre en el mundo árabe de hoy, está profunda y esencialmente vinculado a y es dependiente de esta realidad como conjunto. El mundo que emerge allí no es el que quieren unos ni aborrecen otros. Todo está fuera de control y cualquier posibilidad de regresar al orden anterior se aleja cada día más.