Cuando el gobierno de Estados Unidos lanzó la operación “Libertad duradera” el 7 de octubre de 2001 contra Afganistán, la campaña mediática mundial sin precedentes que la acompañó hablaba muy claramente de que con ella se iniciaba la destrucción del “Eje del mal”.

Los soportes mediáticos encriptados y solapados en las principales cadenas de propaganda estadounidense (no dije de información) se encargaron en cada ocasión de descifrar que ese “Eje del mal”, además de Afganistán, lo constituían Irak, Irán, Siria y Corea del Norte, los que en lo sucesivo quedaban bajo la cobertura de una doctrina de “guerras preventivas” dispuesta por el presidente estadounidense George W. Bush.

Había una ilusión: la agresión militar sería un paseo en Afganistán, una guerra corta tanto en Irak como en Irán y Siria, pero un combate más serio en Corea dada la magnitud de su ejército y la segura posesión de armamento atómico en manos de los hijos de Kim Il Sung. El resultado esperado era una victoria político-militar aplastante de Estados Unidos y un destino manifiesto para todo el mundo: “¡Con nosotros (USA) o contra nosotros!”.

El empantanamiento de las tropas norteamericanas en Afganistán y luego en Irak frenó las otras agresiones directas contra el resto de los países del “Eje del mal”. Las armas “inteligentes” resultaron brutas para doblegar fácilmente a pueblos y restos de ejércitos (aunque carecían de una base ideológica firme) dispuestos a pagar un alto precio frente al que osó mancillar su nación.

Ante el fracaso de la doctrina Bush en su intento de destruir el Eje del mal como si se tratara de un castillo de barajas españolas, su sucesor, Barack Obama, quien resultó triunfante en las elecciones de 2008 porque prometió acabar las guerras, cerrar el gulag de Guantánamo e inaugurar una nueva relación con América Latina, se reveló como más de lo mismo y no solo estimuló y acompañó con la OTAN la “Primavera árabe” que se llevó de encuentro varios gobiernos en el norte de África (pero ninguna monarquía del Golfo Arábigo-Pérsico), se metió en la frontera rusa y allí hizo derrocar el gobierno legítimo de Ucrania para entronizar una banda fascista que anarquizó el país, quemó cientos de personas en un teatro y luego sometió a la región del Donbass a la más cruel –y fascista otra vez- agresión militar contra la población civil.

Salido de Afganistán e Irak sin ninguna gloria ni control real de esos territorios ricos en recursos energéticos, Estados Unidos, apoyado por Reino Unido, Francia y los Estados monárquicos del Golfo Arábigo-Pérsico, se lanzaron sobre Siria armando a todo tipo de terroristas –algunos sacados del gulag de Guantánamo y a otros de cárceles iraquíes- para adiestrarlos, armarlos y lanzarlos en el empeño de derrocar el gobierno legítimo (con elecciones) de Bashar al Assad.

Miles de millones de dólares de los contribuyentes norteamericanos han ido a parar a manos de terroristas fanáticos que en nombre de la lucha contra el gobierno de Siria, finalmente, casi derrotados, los están utilizando para degollar ante cámaras de televisión a ciudadanos de Estados Unidos, Europa y Japón, ahora en el nombre del grupo takfiri “Estado Islámico” que usurpa territorios de Irak y Siria.

La determinación de Irán de ayudar al Ejército y las milicias iraquíes y también a Siria en su empeño de liquidar al Estado Islámico de sus territorios ha colocado a Estados Unidos como un actor secundario en esa región rica en recursos energéticos.

A por Venezuela

Ante el hecho más que evidente de que las políticas norteamericanas han sido un fracaso en Oriente Medio, donde Irán (que actualmente tiene un gobierno moderado) goza de una influencia muy importante en Irak, Siria y Líbano, los norteamericanos regresan con vientos turbulentos a su “patio trasero” en América Latina y para mayor precisión apuntan hacia Venezuela donde están las mayores reservas energéticas del Continente y del mundo.

Por lo visto, los gobiernos y pueblos de América Latina no están dispuestos a hacerse los ciegos ante una agresión al país más solidario en materia energética. Las manifestaciones de repudio a cualquier agresión a Venezuela son claras y comienzan a ser militantes.

¿Fue el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien se cruzó de brazos cuando mataron a los negros en Ferguson, Missouri?

¿Fue Maduro quien miró para otro lado cuando Israel destruyó con artillería y bombas norteamericanas las escuelas infantiles de Gaza? No. Fue Obama quien entregó urgente las bombas y se volvió sordo y mudo cuando todos protestábamos ante aquel genocidio –no de 19 opositores venezolanos que habían mataron a 22 soldados y simpatizantes del gobierno de Maduro en manifestaciones- sino de miles de niños y otros civiles palestinos víctimas de los ataques artilleros y las agresiones de la aviación israelí cuando estaban refugiados en albergues de la ONU.

¿Fue Maduro quién guardó silencio cómplice ante el derrocamiento vulgar y criminal del gobierno de Egipto (Mursi) por parte del ejército y el asesinato de miles de jóvenes de su país en pocas horas y la condena a muerte de centenares por el solo hecho de protestar ante tropas militares que aplastaron por la fuerza al Presidente y anularon la Constitución?

No. Esas fueron las aventuras de Obama, el que ahora quiere vengarse de Irán, China y sobre todo Rusia, en las fronteras de Estados Unidos.

¿Qué pasará? Creo que Obama, que se arregla con Cuba y presiona a Venezuela, está creando un escenario global para negociar con Vladimir Putin (Rusia) sobre la lógica de que si el ruso estabiliza a la Ucrania donde Obama quiere guerra, el presidente norteamericano intenta desestabilizar a Venezuela para que los portaviones rusos y los barcos chinos e iraníes no vivaqueen con tanta frecuencia en las fronteras imperiales USA.

¿Agredirá Estados Unidos a Venezuela?

Es muy poco probable, por no decir descartable, aunque los venezolanos debían prepararse para una resistencia indoblegable.

El optimismo más razonable siempre debe ser la preparación para el peor escenario, sobre todo cuando el enemigo es mil veces mayor que quien puede ser agredido.

Mi apuesta es por la paz… por aquello de que hasta un mal arreglo es preferible ante la eventualidad de un buen pleito.