Bien podría este ser un título para hablar sobre las dimensiones del teatro Nō japonés. Pero extrañamente es un título que ilustra lo que podría ser el Leitmotiv del SER del pueblo dominicano. Ciertamente, es a partir de la negación que nuestra población construye y motoriza su realidad más inmediata. Parece paradójico, pero es así: desde la construcción de la identidad, hasta las construcciones más simples de la cotidianidad, se ven afectadas por esta conducta.

Desde el inicio con la etnicidad, observamos que no somos lo que somos, porque no somos ni queremos ser lo que realmente somos. Así somos blancos, en la medida en que nos negamos reiteradamente que no somos negros, mulatos y mestizos diversos. Es a partir del No vernos que somos indios, morenos y blancos – siendo difícil aceptar que somos un pueblo fundamentalmente mulato. Este hecho que afecta la construcción de la etnicidad va a influir en la construcción de la identidad y del ser dominicano, lo cual nace del rechazo del sí mismo, permeabilizando diversos elementos de la conducta de los miembros de este pueblo.

Hemos construido la dominicanidad a partir de No ser haitianos, a partir de negar todos los elementos culturales que pueden remitirnos o recordarnos que hay en el otro algo de nosotros mismos que no queremos ver. Este proceso incluye desvalorizar al otro para poder crecernos, descalificarlo, mientras aceptamos y generamos la subordinación hacia otros grupos étnicos, económicamente más poderosos y más blancos, que han manejado a su vez un discurso desvalorizante de lo nacional, ideológicamente interiorizado por nosotros. Pasamos a ser todo lo que dicen los pueblos más poderosos que somos,(vagos, irresponsables, brutos) y que muchos miembros de la clase política han vociferado sin pudor alguno, desde hace varios años y hasta nuestros días.

Nuestra civilidad está dada en función del No ser cívicos: porque en la medida en que no somos cívicos, aumenta nuestra importancia ante los ojos de los demás como ciudadanos. De aquí que no respetemos las leyes, porque al transgredirlas nos ubicamos en una situación de poder y superioridad ante todos aquellos que las cumplen. Por eso es que la línea de peatón y nuestros deberes ciudadanos no existen – y si existen, no se comprenden.

La paternidad está basada en la negación de los hijos y en el No asumirlos por la gran mayoría de los padres, que ven en este acto una prueba contundente de su hombría. Por eso no se pagan las pensiones, mientras se proclama con orgullo, que se tienen hijos.

El ascenso social está basado en negar lo que se es esencialmente, lo que se ha sido históricamente, para llegar a un proceso de construcción de metas y objetivos. Aquí se llega dando saltos mortales (sobre todo en la clase política) que tienden a negar los procesos y las etapas del crecimiento individual – recordándosele a los humildes que han triunfado, sus orígenes, no para  valorizar el esfuerzo en alcanzar el éxito, sino para recordarles a la gente su oscura procedencia, para ridiculizarlos y humillarlos; de aquí que muchos pierdan la memoria, al no recordar lo que fueron: es una forma de No ser.

Somos importantes  a partir de negar el valor del otro. Por eso criticamos y nos crecemos, sobre las espaldas de los demás. Construyendo nuestro valor personal sobre la maledicencia del otro, así somos mejores profesionales en la medida que el otro no lo es, basados en comparaciones permanentes, que niegan el afuera para hacer nuestra construcción interna.

Dentro de la praxis política, el No ser se expresa de manera dramática, mediante la negación del sí mismo para someterse al otro. Esto se ilustra a través de la dictadura, que tanto tiempo nos cobijó, y la permanencia del caudillismo dentro de las estructuras partidistas que exigen la entrega del sí mismo, la negación para suscribirse al otro (“al líder”) en busca de beneficios.

No somos capaces de autocriticarnos, porque ello implica un acto profundo del ser, que nos lleva a aceptar que nos hemos equivocado. Como hemos visto, se trata de negar al otro, negar lo otro para poder ser. Cuando los procesos de construcción y crecimiento interior se hacen a partir de integrar  lo que se es, para que emerja el individuo con un planteamiento nuevo, enmendado, de profundo cambio tal vez.

Aceptar que nos hemos equivocado, sin culpabilidad, resulta una tarea difícil, dolorosa, a la cual casi nadie llega. Los procesos de crecimiento interno son raros: en esta sociedad, sólo se crece hacia afuera (que es lo que se ve con los ojos). Esto explica la dificultad que tienen nuestros políticos en reconocer públicamente que se han equivocado, en un acto de negación supremo de la realidad social y económica del pueblo.