Todos sabemos que ahora la economía mundial está iniciando una gran crisis. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo terminará; muchos economistas ya la están comparando con la Gran Depresión de los años 30’s, pero nadie sabe todavía su duración y profundidad.

Los organismos internacionales, obligados por su cotidianidad, realizan proyecciones económicas, pero toda proyección tiene rápida caducidad porque cada semana aparecen nuevos datos y diferentes perspectivas. Sin embargo, se le sigue llamando recesión a lo que todo apunta será una gran depresión. De la anterior se aprendió bastante, hasta el punto de evitar que se repitiera por casi un siglo. Pero esta es de naturaleza diferente, y no admite las mismas recetas, aunque encontraremos las adecuadas.

Es seguro que su impacto sobre la economía dominicana será grande, por la sensibilidad de sus principales sectores y fuentes de divisas, por el gran peso de la economía informal y por la debilidad del Estado dominicano, que se traduce en baja confianza en las instituciones, escasa capacidad financiera para afrontar grandes problemas, una carga tributaria ridículamente baja, considerable deuda pública desde antes de esta crisis (y mucho más después), y deficientes mecanismos de protección social, etc.

Fuera del aspecto de la salud pública, el coronavirus está cambiando la economía mundial, pero también aspectos como las relaciones humanas, la forma de vida cotidiana y hasta la cultura está cambiando. Esto último puede tener efectos de largo plazo y es posible que pase mucho tiempo antes de que volvamos a conocer el mundo tal como era, y ahora muchos piensan que nunca volverá a ser igual.

Pero ojalá que sea para mejor, para un mundo más humano y solidario. El discurso y la acción de los gobiernos, los organismos internacionales y la academia están cambiando, y hasta intelectuales libres de toda sospecha de izquierdismo comienzan a plantearse la necesidad de una mayor presencia del Estado.

Resulta curioso escuchar a Enmanuel Macron, por ejemplo, cuestionarse sobre los sistemas privados de salud, pugnar por retomar el control gubernamental de algunas actividades económicas y decir que “hay bienes y servicios que deben estar más allá de las leyes del mercado”. Por donde quiera se escuchan voces pugnando por la autosuficiencia y la soberanía en la producción de equipos médicos y de insumos sanitarios. Y ni qué decir de la autosuficiencia alimentaria.

Nada es seguro, pues si bien el momento actual puede inducir las sociedades a valorar más la relación con el prójimo, antes de esta crisis los radicalismos de derecha estaban ganando terreno y no es raro en medio del drama leer algunos planteando más de lo mismo: neoliberalismo. Tenemos que cuidarnos también de posibles radicalismos de otra naturaleza, y estas crisis suelen ser campo fértil para ello, incluyendo la pretensión de que todo lo resolverá el Estado.

Todos tendremos que repensar nuestros esquemas anteriores; eso va a influir sobre la visión del Estado. En la República Dominicana, cuando comiencen a sanar las heridas, espero que nos replanteemos el país que queremos. Se tendrá que revalorar la relación entre lo público y lo privado, la gente cambiará su percepción sobre el servidor público, comenzando por el policía, el médico, la enfermera, etc., así como la infinidad de servidores que nos han permitido sobrellevar la cuarentena.

El hecho de que el COVID-19 no haya respetado estatus, puede ayudar a que las élites, al ver que la salud no siempre está tan al alcance del dinero, comiencen a mirar al Estado a partir de otra dimensión y la necesidad de una mayor integración social. Al final, la enfermera y el diputado seguirán existiendo, pero ahora la sociedad tendrá que mirar mejor el trabajo de cada quién, y a la hora del mercado definir la remuneración correspondiente, tendrá que valorar que el policía y el artista son necesarios, el médico y el jugador de grandes ligas, el banquero y el que produce los alimentos, pero habrá que poner cada cosa en su justo lugar.

Al entender que todos podemos necesitar del Estado hará que miremos con nuevo prisma el accionar del liderazgo político, pero también la tolerancia frente a la evasión fiscal, al mal gasto de dinero público, la corrupción, etc. Tenemos que estar preparados para abordar esa discusión pronto, desde que pase lo peor de la emergencia.