No, amigo, esté seguro de que este 31 de diciembre el mundo no cambiará del gris al rosa;  no lo envolverá un coro de millones de voces con un armónico canto a la bonanza; no habrá de erradicarse la codicia, ni las grandes potencias entonarán un mea culpa por los daños causados. El tiempo sigue siendo la abstracción infinita de la vida en que nace y muere la materia; el oleaje inacabable de los sueños humanos. Al 2015 le importará un comino que haya llegado el 2016, y a éste le importará lo mismo el número con que lo han designado. Porque ambos son una misma cosa: tiempo. Simplemente eso.