No hay momento más entusiasmante que cuando en el culterano discurso del erudito en ocasión inapropiada; o cuando en la impiadosa tortura oratoria de un analista de cosa harto sabida; o cuando en el farragoso discurso insustancial de un político cualquiera; o cuando en la incolora charla de un vulgar narcisista de la palabra, se presenta lo más interesante de toda insoportable perorata, que es aquello que empieza con un “finalmente”, un “por último” o un “para concluir”…(Que cancela en el victimado auditorio las casi irrefrenables compulsiones homicidas contra el disertante).