Nuestra historia está marcada por la funesta manipulación de que sus caudillos son irremplazables y por tanto deben mantenerse en el poder para evitar desgracias y asegurar el futuro de la nación, por eso en los 174 años de vida republicana un puñado de personas han acaparado el poder y la Constitución ha vivido un constante bailoteo entre el sí, el no, la alternancia o el “nunca jamás”.
Al final no se trata de lo que establezca la Constitución pues está más que demostrado que la misma sigue siendo un trozo de papel para la mayoría de nuestras autoridades, sino de cambiar una cultura servil, complaciente e interesada, que ha permitido que esto ocurra y que muchos tengan la desfachatez y la falta de visión de seguirlo promoviendo.
Imbuidos de las nuevas tendencias que en vez de respetar los derechos fundamentales están haciendo un absurdo abuso de ellos, comenzó a fraguarse lo que algunos anticipamos, el peregrinar constitucional, que ya no será solo de amenazas de modificaciones a la Constitución sino de cuestionar sus mandatos.
Nada más ilógico y pernicioso que proclamar que en aras de un supuesto respeto a la igualdad no puede haber límites a ciertos derechos como el de ser elegido, pues si hay algo que ha atentado contra el derecho a la igualdad de oportunidades es precisamente la permanencia en el poder de líderes que han imposibilitado los relevos y castrado liderazgos en sus partidos y los ajenos, así como en toda la sociedad.
El error ha sido permitir que quienes nos gobiernen actúen como amos y señores de un país convertido en feudo, haciendo que por su “gracia” muchos sean beneficiarios de sus dádivas y no ciudadanos titulares de derechos.
También hemos cometido el error de permitir que aquellos que están disfrutando de las mieles del poder pretendan además hacernos creer que no hay opciones, que cambiar de mando significaría un perjuicio o que solo una persona posee la fórmula mágica para conducir los destinos del país, cuando en realidad lo que sí representa es la posibilidad de que estos puedan seguir enquistados en el poder saboreando sus beneficios y evitando así las temibles consecuencias de bajar de sus alturas.
La verdad es que nadie es indispensable ni nadie constituye una panacea para todos nuestros males. La alternancia en el poder así sea para que se sucedan buenos, malos o regulares es lo más sano, y constituye el real contrapeso en países de débil institucionalidad como el nuestro, en que la independencia de poderes sigue siendo una aspiración.
Nuestra historia demuestra que muchos que han sido considerados como pálidos funcionarios o líderes desprovistos de carisma, una vez en el poder pueden convertirse en mitos o sorprender con envidiables niveles de popularidad; que los cambios de estilo pueden ser beneficiosos y que instituciones que se creían bien manejadas por sus funcionarios, pueden pasar a mucha mejor gestión con sus sustitutos que nos dan la lección de apreciar de cuanto nos estábamos perdiendo por seguir aferrados a sus antecesores.
La única forma de detener estos aprestos es convencernos de que nadie es indispensable ni insustituible, y que nada puede ser peor para la democracia y el país que la permanencia en el poder más allá de lo razonable y lo legal de un líder o de un partido, sea quien sea. Por eso no debemos caer en el mismo engaño, que hoy como ayer promueven aquellos cuyo único norte es garantizar sus rentas y evitar que sean juzgadas sus posibles faltas, o las de sus compañeros.