¿Es posible adoptar el modelo económico de Brasil en otro país del planeta, y en particular la República Dominicana? No, no es posible en las condiciones actuales que atraviesa el país caribeño, marcado por el atraso material, la falta de voluntad política y la miseria espiritual que abundan, agravado por una crisis económica que parece superar la capacidad de respuesta y de soluciones realistas.
La propuesta no parece ser tan fácil, después que el ex presidente de esa República Federativa Presidencialista, Luíz Inácio Lula da Silva, sugirió en su reciente conferencia Empleo y desarrollo para la salida de la crisis, en la sede de una organización empresarial en Santo Domingo, que los gobiernos deben gastar menos e invertir más en empleos y desarrollo.
¿Pero cómo crear más empleos e invertir en el desarrollo? ¿Cómo fue posible el milagro económico de Brasil en pocas palabras? Con la participación conjunta del gobierno y el sector privado, el primero incentivando y motivando al segundo, y éste apostando al éxito del país y no de un grupito o de sectores de privilegiados cuya única meta es defender sus intereses por encima del interés nacional.
En el caso de la República Dominicana, se necesita más que un milagro para plasmar empleos y desarrollo, si se define como “hacer lo que nunca se ha hecho”
La economía brasileña es la mayor de América Latina y del hemisferio Sur, la sexta principal del mundo por el PIB nominal y la séptima por paridad del poder adquisitivo. Además, sigue avanzando como una de las de mayor crecimiento económico en el mundo, espoleada por sus pujantes parques industriales, el complejo militar-industrial, la industria de la aeronáutica como Embraer, sus más de 190 millones de habitantes y el combate frontal y decidido a la corrupción pública.
A ello se suma la capacidad de visión a futuro. Un ejemplo, Brasil aprendió la lección de la primera crisis del petróleo en la década de los 70, cuando comprendió que no debía seguir dependiendo del cartel de la OPEP para su desarrollo, y optó por explorar y desarrollar su propia industria energética. El resultado: el éxito total. Lo mismo no ocurrió en República Dominicana donde al presente el galón de gasolina se paga a seis dólares, y sigue subiendo, por distintas razones.
En su momento, el izquierdista Partido de los Trabajadores –al que pertenece Lula da Silva y la actual presidenta brasileña, Dilma Rousseff–, entendieron que se podía y debía fomentar el desarrollo y el empleo, en particular de los pobres, creando y alimentando las condiciones para que los marginados salieran del hoyo: con micro préstamos, educación, tecnología, poder adquisitivo, asesoramiento, estabilidad política, con garantías y reglas claras del juego para los inversionistas nacionales y extranjeros.
La izquierda vegetariana de Brasil comprendió que el milagro sólo era factible modificando el modelo económico atrasante del latifundismo y las oligarquías; adoptando uno más práctico que simplificara los procedimientos y resultara más asequible a los sectores necesitados, con un grado efectivo de supervisión y corrupción mínima, sin dañar los avances en materia de derechos ciudadanos y, sobre todo, atender la inversión material interna.
En el caso de la República Dominicana, se necesita más que un milagro para plasmar empleos y desarrollo, si se define como “hacer lo que nunca se ha hecho.”
Aunque el presidente Danilo Medina tenga una visión de futuro, al hacer énfasis en la austeridad, ventanilla única, educación, la agricultura, la diversificación, exportación, bienes y servicios, tiene de frente un tsunami de miles de leyes inorgánicas, una nómina estatal de vagos pagados, un Congreso dilapidado por bucaneros y “compañeros” peledeístas, la corrupción que acecha, un déficit fiscal sin precedentes, y un Comité Político de intocables que lo vigila.
Por ahora, parece que “el milagro dominicano tendrá que esperar, si no se convierte en pesadilla, “un poco más/ y a lo mejor nos comprendemos luego/ un poco más que tengo aroma de cariño nuevo/… como decía el famoso bolero del compositor mexicano, Álvaro Carrillo…