La maledicencia no tiene límites. Por ejemplo, que Euclides es más trujillista que Trujillo, a quien él, Euclides, defiende con más pasión que los descendientes del tirano; que es más balaguerista que Balaguer, a quien él, Euclides, defiende más que Joaquín Ricardo; que es más vinchista que Vincho, a quien él, Euclides, defiende a tal grado que casi acusa de traicionar la patria (la suya) a su propio gobierno. Pero, eso sí, sus críticos  son tan injustos que le niegan a ese pobre hombre el gran mérito que acaba de reconocerle el Comité Político del PLD: que él, Euclides, ¡ya paga la luz! (la suya).