La primera vez que sentí el llamado de Dios para caminar por la Paz desde la Dominicana hacia nuestro hermano Haití, sentí una conmoción como nunca antes la había experimentado, es difícil de explicarlo, pero los extremos siempre se atraen y es lo que explica el nacimiento de algo nuevo, la combinación de dos fuerzas aparentemente antagónicas pero funcionando hacia un mismo fin para crear.
Con nuestra mirada hacia Haití emprendimos una marcha difícil, cuanto más se nos resistía el camino más fuerte se hacia nuestra voluntad de alcanzar las tierras de un hermano cercano geográficamente pero que a lo largo de nuestra historia ha permanecido distante del espíritu de nuestro pueblo. Es una hazaña en estos tiempos accionar conforme a los preceptos que se irradian en nuestros símbolos patrios, raya en lo idílico, es cierto, mas anuncia los fueros de una sublime civilización.
Las fuerzas misteriosas que dominan a nuestro pueblo se encuentran íntimamente vinculadas a la génesis de nuestra nación, quienes aportaron el gen de una conciencia superior que terminó con la eclosión de lo que somos, no fueron comprendidos entonces, no son comprendidos todavía. Fueron expatriados por las mentes cavernarias de su época, se llevaron consigo la energía de vida que los impulso a consagrarlo todo para la configuración de un nombre divino en la faz planetaria y universal.
Cada paso que hemos dado para acercarnos a nuestros vecinos más cercanos lo hemos hecho con la absoluta conciencia de su significado, un diseño de otrora dimensión se dibuja con esmero en cada hecho voluntario de cercanía con nuestros hermanos, muchos hablan de las grandes diferencias entre nuestros dos pueblos, pocos saben la fuerza arcana que se derivaría al conquistar la armonía plena como dos hermanos.
Ambos puestos en una pequeña isla, como si la mano silenciosa de una fuerza superior nos trajera a este paradisiaco terruño del nuevo mundo, con el fin de ensayar las trascendentales verdades que fluyeron del verbo divino. Todo el cansancio del camino, la dureza del clima y la confusión de nuestros hermanos dominicanos, no detuvieron nuestra determinación de ir al encuentro con lo desconocido, no solo para nosotros, igual para ellos, los haitianos.
Nos empujaba la Fuerza Eterna que nos rige, la proclama universal de los días, hambrienta de la revelación de estos tiempos, es arca de pactos y alianzas el fuego sagrado del Espíritu de la Verdad que habita en el corazón de esta ínsula, que es uno solo en sintonía con el infinito. Cruzamos la línea imaginaria que pretende separarnos, seguimos siendo nosotros, pero mientras más nos internábamos en ese pueblo cargado de sufrimientos y pasiones, se rompían nuestros corazones, provocando fisuras dolorosas que lo expandían, es que ya no podíamos contener la ansiedad de un reencuentro, morimos ambos sino lo producíamos.
Es la fuerza de un mensaje que jamás tendrá fin, cuan grande es la llamada del Amor Eterno en nuestro escudo nacional, cuan grande como ninguno es el Amor de dos hermanos hijos de un mismo fin, no lo he experimentado antes, nos acerco a nuestro Padre Celestial amar al hermano haitiano, entendimos que tiene la potencia suficiente para pulverizar todas las armas bélicas del universo y otorgarle a la humanidad nuevas iniciaciones espirituales hacia la realización de la supra conciencia del ser verdadero que somos.