Abril de 2016 está de luto. La muerte a destiempo del exguerrillero Claudio Antonio Caamaño Grullón, ocurrida el pasado 22 de marzo como resultado indirecto de un accidente de tránsito en una localidad banileja, sumado a la negligencia de un sistema de seguridad social precario, pícaro y pecaminoso, abrió una herida social en esta media isla como el estruendo de un sismo seguido de sus secuelas.
Nunca antes la vida y muerte de un héroe constitucionalista vivo, con la dignidad y gloria que le cubrió previo a su deceso, había tenido un efecto tan contundente. Ello ha revelado de manera descarnada la verdadera naturaleza de un sistema de servicios de salud tan inhumano y tan mercurial a la hora de preservar la vida de quienes aportan o no a la maraña subsidiada, pública y privada, de eso que llaman salud nacional.
La trágica ida del guerrillero solitario ha dejado al desnudo con todas sus miserias el sistema de salud pública dominicano: la inexistencia de centros de primeros auxilios con la capacidad necesaria para responder a una emergencia; la ausencia de especialistas para atender casos de gravedad; la involución de un sistema de salud que antepone la paga al bienestar del enfermo, entre otros males.
En ello consiste su legado: en haber visto la muerte de frente y haber vivido para contarlo. En ello consiste su sacrificio: en morir a manos de un sistema inhumano que tanto combatió.
Por más que algunos lo nieguen, el sistema de servicios de salud de la nación ya pasó de la sala de emergencia a la unidad de cuidados intensivos. Y está casi a punto de colapsar. Todos los días mueren ciudadanos en las carreteras nacionales, y detrás de cada caso casi siempre hay una historia trágica que tiene que ver con el becerro de oro. Ello refleja la deshumanización engendrada por un sistema de valores disfuncional en un país que se resiste a toda desesperanza.
Produce indignación ser testigo a través de la radio y la televisión nacional del catálogo de excusas, motivos, circunstancias y justificaciones para que se pierda la vida humana en situaciones donde puede ser salvada; así como las miles de razones para que día a día se argumente a favor de la industria de la salud, la que ha perdido su esencia por el exceso de burócratas y de tecnócratas que se ceban de ella y deciden por los médicos.
La muerte de Claudio Antonio Caamaño Grullón es un toque de campana. El Estado dominicano no puede darse el lujo de invertir millones de dólares en infraestructuras para centros médicos de atención primaria y permanente, así como el subsidio millonario a empresas privadas de salud, religiosas o no, si los mismos no cumplen su cometido esencial que es la de salvar la mayor cantidad de vidas posibles con los recursos y el personal necesarios. Urge una revolución en el sector salud.
La viuda del finado excombatiente constitucionalista, Fabiola Vélez, resumió con pocas palabras y en medio de su dolor la dimensión trascendente de su finado esposo: para él, la patria estaba primero que todo. Por ello luchó con las armas en las manos en Ciudad Nueva en abril de 1965 y en playa Caracoles en febrero de 1973, durante la época del foquismo utópico. Y sin ellas, con el ejemplo vivo, en el marco de la legalidad, para hacer de este país uno más digno donde vivir y con un futuro más promisorio para todos.
En ello consiste su legado: en haber visto la muerte de frente y haber vivido para contarlo. En ello consiste su sacrificio: en morir a manos de un sistema inhumano que tanto combatió.
Es lamentable que las nuevas generaciones de dominicanos hayan pasado por alto el reconocimiento a un verdadero héroe como Claudio Antonio Caamaño Grullón, quien tanto en vida como a la hora de su muerte supo ser vertical, sin opacar su norte y sin vender su dignidad. Integro en sus pensamientos y por demás coherente y consistente con sus ideales y su amor a la República Dominicana. Como todos saben, dichos valores son poco comunes en estos tiempos de rastrero relativismo moral y ético.