La denuncia pública de presuntos abusos sexuales a niños, atribuidos al ex Nuncio de su Santidad en el país, y la posterior defensa de sacerdotes involucrados en aparentes hechos deleznables en Santo Domingo, Bonao, Juncalito y Constanza, así como el pedido de perdón de la Arquidiócesis y los obispos por el daño causado a las víctimas, ha impactado a una sociedad con síntomas de metástasis en sus raíces.
El testimonio revelado por un menor que involucra al ex Nuncio, Joséf Wesolowski, vertido en el programa televisivo de la periodista Nuria Piera, plantea una necesaria evaluación profunda no sólo de las reglas de protección a los menores en la República Dominicana, sino también de los padres irresponsables y la aparente ausencia de consecuencias legales y punitivas para los perversos depredadores, con o sin sotanas, sean pedófilos o depredadores.
A lo largo de la historia de la humanidad, el sexo ha sido, es y seguirá siendo piedra de escándalos.
Quienes pensaban que los pedófilos y pederastas dentro de la Iglesia sólo existían en Boston, Chicago, Washington, Polonia, Los Ángeles, San Antonio, Nueva York, el Vaticano, Irlanda o San Juan de Puerto Rico, y cuyos hechos han costado a la Iglesia miles de millones de dólares para resarcir los daños, se han llevado tamaña sorpresa. También los tenemos en Boca Chica, Puerto Plata, Bávaro o Punta Cana, en una sociedad decadente, llena de tabúes, máscaras, disfraces y antifaces en el Caribe nuestro de cada día.
¿Podría ese ser el caso del ex Nuncio católico de origen polaco en el país, así como de otras perversiones de sus dilectos hermanos en la fe?
Los secretos sobre desviaciones sexuales dentro del clero han sido siempre secretos a voces o de antología, conforme citan reputados teólogos.
El “pecado” de hacerlos públicos, con su seguida “santa reprimenda a los medios”, debe plantearnos la necesidad de explorar el fenómeno de la pedofilia y las características de quienes lo practican, con sotana o sin sotana, para tener una opinión más o menos acabada sobre el tema. Y de esta manera poner verdad sobre tanto mito que circunda esa aberración mental y social.
En principio se debe poner en claro la diferencia entre pedofilia y pederastia. Ambas definiciones se suelen confundir pero la diferencia está en la acción. Esa acción que llevará a cometer un delito, y que de cierta forma han sido términos confundidos en los medios nacionales.
La pedofilia es la atracción sexual que una persona adulta siente hacia niños o adolescentes. Es sólo eso, atracción. Los pedófilos no pasan a la acción. Sí lo hacen los pederastas. Es la acción que conlleva a la práctica sexual con un menor que implica un abuso por parte del adulto.
Es decir entonces, que un pedófilo sería una persona que se siente atraído por los niños y un pederasta es alguien que comete un delito sexual o un abuso con un niño.
Se concluye entonces que todos los pederastas son pedófilos pero no todos los pedófilos son pederastas. La diferencia consiste en el acto.
El pederasta es la persona que traspasa la fina línea de observar, masturbarse y recrearse con los videos y fotos de menores y lo traslada a un plano físico.
¿Podría ese ser el caso del ex Nuncio católico de origen polaco en el país, así como de otras perversiones de sus dilectos hermanos en la fe?
Se ha considerado a la pedofilia como una forma de homosexualidad. La psicología del siglo XX ha desterrado ese mito ya que la pedofilia es también heterosexual.
Se piensa que la mayoría de los pedófilos son personas de una cierta edad, pero se debe tener en cuenta que estas tendencias se inician entre los 14 y 16 años. Estas patologías, tanto la pederastia como la pedofilia, no pertenecen a una clase social en particular. Sí puede ser que, en las clases medias, se tenga un mayor acceso a la pornografía infantil, por Internet o costearse el poder de pertenecer a una red de prostitución.
Según estudios realizados, la mayoría de los pedófilos presenta una personalidad inmadura, problemas de relación, baja autoestima con fuertes sentimientos de inferioridad.
Por lo general suelen ser más reservados y solitarios. Se encuentran fijados en períodos de su propia infancia que las vivencian como idílica. Esto les impide encontrar a su objeto de deseo en una pareja y la intentan con alguien, en su fantasía, igual a él. Un niño a quien ven más inmaduro o débil y a quienes en última instancia pueden dominar.
Otros factores de riesgo más indeterminados y con mayor variedad cuantitativa y cualitativa en la configuración de personalidades pedófilas son el temperamento, la edad, la calidad de lazos afectivos en la infancia, o la capacidad de reacción y distanciamiento frente a experiencias angustiantes, así como un entorno familiar disfuncional.
En su mayoría, los pedófilos no son violentos. Y esto, lejos de ser un signo de tranquilidad, es todo lo contrario porque ejercen una seducción muy marcada hacia los niños con lo cual detectan y exploran su vulnerabilidad, observando su entorno y midiendo las posibilidades de conquista. Están persuadidos de que sus conductas son originales y creativas aportándole al niño vivencias que ayudaran a su maduración y es la sociedad quien le impide que desarrolle un vínculo normal de afecto. Más allá de este pensamiento, generalizado y sostenido por distintas asociaciones de pedófilos, debemos concluir que la pedofilia es una perversión.
La Iglesia, como todas las instituciones humanas, atraviesa por momentos difíciles cuando la podredumbre interior aflora a la superficie. No todos los curas son pedófilos o pederastas, aunque lo diga el rumor público ni la percepción apresurada de los medios. Ni en su interior están todos los que son, ni son todos los que están, al igual que dentro de otros grupos religiosos. Por más de dos mil años ha sobrevivido a todo ello. Lo que sí debe preocupar es preguntarnos quién está libre de pecado para lanzar la primera piedra en un país hundido en la crisis política, social, moral e individual, carcomido por la hipocresía y la mentira en grado superlativo.
El ex Nuncio católico polaco y los otros sacerdotes cuestionados tal vez se irán del país amparados por la impunidad. O quizás caigan en manos de la Justicia terrenal o la divina. Pero ¿qué hacemos con los niños limpiabotas del Malecón o los que están en el Parque Colón frente a la Catedral? ¿O los que deambulan por los parques centrales de las principales ciudades del país, lejos de la escuela y de un ambiente sano? ¿Con los abusados en callejones y calles barriales, en las playas públicas y privadas llenas de “turistas sexuales? ¿Con los condenados al silencio en hogares de padres abusadores? ¿Con la imagen internacional de que República Dominicana es sinónimo de libertinaje y desenfreno? ¿De país lleno de gente depravada y sin justicia, donde impera el macho o la hembra más fuerte? ¿O, el lado oscuro de la sotana en una sociedad que parece navegar a la deriva y que fomenta y permite ese tipo de aberración?…