… el instante es fugaz; lo sabemos, y aún así los instantes nos llenan de inquietud. Es tan “pequeño” el instante,  que en algunas ocasiones nos sacude como una sorpresa que no se adivina;  somos marionetas del instante, y siempre nos llega como algo aleatorio, como un vivísimo cuadro, “simple” de emoción, que aún cuando es pasajero, luminoso y espontáneo, es como una alondra que ofrece felicidad, y que no hace alarde de su transcurrir.

El instante es un acto-de-segundos que nos quita el rubor; no se disfraza de nada, no trae juegos ni palabras, sólo música para un espectador del-yo. Ameno es el instante cuando nos sacude como si nos rizara el cabello.  Nunca indagamos porqué el instante es propio del ser, una metáfora en lluvia que no fatiga a los ojos, porque viene con un movimiento frontal, y nos habita, y nos abraza, y nos llena por completo de lo vivo.

Lo vivo es  el instante sin gravedad, la festiva risa, la heredad de un ángel que no es de bronce, ni un guerrero con impulsos de soberbia. De regreso del torrente del instante, a veces, perdemos de vista que es un ánfora de embriaguez como una cosa-en-sí, porque nos  hundimos como la arena en la apariencia, engarzados como una canción que los labios llenan de alertas y gracias para hacer posible lo inmóvil, lo contemplado, lo que se lanza dando un vuelvo a la conciencia.

Nunca he estado segura de que el todo sea un estallido de luz que se levanta desde la vigilia como reflejo de una mirada que no se extingue, porque cuando sobre las flores sopla el viento, el tiempo es de color pardo. El todo es un espejo, lo que veo, un sin límite a la idea, al orden, al desmayo de lo último. Es entonces cuando el tiempo se consagra a la ilusión, a la rueda del presente y a la agonía del pasado, ya que el tiempo fluye como un habitante que se adueña  de la cohibición propia, y se extingue hasta el mediodía, en las arcadas de las líneas que revelan a la imaginación como un mundo ajeno al instante.

¿Qué es el instante sino un matiz del aliento de la vida, un hálito que nos toca, amor  a la máxima perfección cuando decimos querer en ocho segundos, un acechante estremecimiento, la curva donde perdemos el significado de lo absoluto?

Si pudiéramos atrapar el instante (el instante que se desea como eterno), el que nos roza la piel cuando sentimos el placer, el placer al cual damos riendas sólo en el instante que palpita en un horizonte desconocido, que apenas sabemos nuestro, dejaríamos de ser una criatura viva, porque la nostalgia del instante no nos dejaría volver a nacer.