El Grupo Mester de Narradores de la Academia Dominicana de la Lengua está integrado por personalidades literarias del ámbito nacional. Es un colectivo que está en plena madurez de su oficio: la escritura, porque comprenden el poder evocativo de la novela como una totalidad orgánica que caracteriza a una época.
Desde que se dio a conocer a la luz pública la conformación de este núcleo intelectual, observamos en ellos su interés de difundir a la literatura, de integrar a los lectores de manera progresiva a sus reuniones, conversatorios, conferencias, círculos de estudios, y a la novedad que trae la edición de una nueva obra.
Manuel Salvador Gautier, Ángela Hernández, Ofelia Berrido, Rafael Peralta Romero, Miguel Solano, Emilia Pereyra y Luis Arambilet son escritores influyentes; influyen con sus obras en nuestra vida cultural, y comparten entre sí la libertad de creación, lo cual demuestra que la unidad en la diversidad trae la posibilidad de renovarse, de no agotar los temas, siendo árbitros entre ellos del pensamiento y de las ideas que suelen ser compartidas por una generación.
El Grupo Mester representa una vanguardia narrativa, que significa –a nuestro modo de ver- evolución y vinculación, o bien, una suerte de istmo que puede recién convertirse en lo posible, en los inicios del siglo XXI en la República Dominicana, en una “escuela” creada por sus integrantes, aún cuando sean escritores con procedimientos narrativos disímiles, con distintos estilos como “claves” para la renovación de la estructura del cuento o de la novela.
Quizás el concepto de Grupo Mester representa el concepto de “aristocracia intelectual” a la cual se refirió Antonio Gramsci en su obra Cuaderni; más aún si observamos que la llamada industria editorial, que se asocia a lo mediático, sólo produce personajes inútiles, débiles, mezquinos, suicidas emocionales, que no alcanzan el requisito para ser narrados de manera épica. De ahí, que nos encontrarnos de cara –en la literatura- ante lo que Hegel denominó “mala infinitud” o mejor dicho “acumulación inorgánica de hechos superficiales” -subrayo- para referirme al inmediatismo que trae el oficio de autor-editor como consecuencia de la democratización de la cultura.
No obstante, aún cuando ningún novelista es un redentor desinteresado de su época, lo asumo-como lectora- como un sujeto visible que se coloca al pie del acantilado para demoler los barrotes de su prisión interior. Del Grupo Mester he leído obras en las cuales sus autores asumen el hecho de narrar como una forma de disentir del presente, y otras veces, del pasado. La novela “Dimensionado a Dios” es un ejemplo de que, un narrador es un “autor-puente” entre el presente y el pasado, y su amparo lo constituye la mayoría que lo canoniza, la multitud inquieta que lo lee y lo cita, y que hace desplazamientos sobre su filosofía de existencia.
Don Manuel Salvador Gautier, Coordinador del Grupo Mester, me dio la convicción de que el narrar también nos permite ser un retratista, un viajero emancipado de las horas a través de la movilidad caleidoscópica del instante que se sucede con itinerarios que trazan los significados de ese mundo ficticio, onírico, llamado literatura. Por lo cual, nos preguntamos: ¿Qué es entonces un narrador, un “autor-puente”? –Un mirador, un vigilante que se fatiga los ojos, la conciencia o la imaginación.
No obstante, deseo preguntarle al Grupo Mester ¿qué nos trae y nos ofrece la narrativa del siglo XXI; qué espíritu encarna; qué inquietudes manifiestan; qué transforma, ante qué naturaleza diferente de las cosas y de lo humano reacciona; qué problematiza; qué debe conquistar la narrativa; cómo puede la realidad fragmentada dejar de ser una autoflagelación; aún existe el pretexto insurgente del alma de derribar las miserias y no dejar caer en picada la grandeza de esa evolución social que se llamada vida en civilización? ¿Es cierto que el escritor -a la vista de todos- puede ser un héroe problemático, un noctámbulo, un inventor en las mañanas que navega como un perseguidor de las letras?
Creo, que el oficio de la escritura nos puede redimir un poco de las devastadoras ideas de que todas las ilusiones están pérdidas en un mundo vacío y convencional donde los personajes tipos lo asumen los ordenadores y, de regreso a las guerras, el sentido de la vida depende de creencias o dogmas religiosos.
Sin embargo, la muerte de un escritor no es otra que el desconocimiento de su obra; y para curarnos de esa muerte, le ofrezco al Grupo Mester la pregunta que Roland Barthees se hizo a sí mismo, sobre por qué escribir:
“¿Escribir en el placer, me asegura a mí, escritor, la existencia del placer de mi lector? De ninguna manera. Es preciso que yo busque ese lector (que los “rastree” sin saber dónde está. (…) Me presentan un texto, ese texto me aburre, se diría que murmura. El murmullo del texto es nada más que esa espuma del lenguaje que se forma bajo el efecto de una simple necesidad de escritura”. “La escritura es esto: la ciencia de los goces del lenguaje”. [1]
[1] Roland Barthees. Placer del texto (México: Siglo XXI Editores, 16 ed., 2007): 12 y 14.