Antes de tomar una decisión importante, un Jefe de Estado, por  más democrático que sea, analiza, consulta leyes, se asesora, sopesa pros y contra, calcula el impacto, reflexiona él solito, asume su convicción definitiva y, salga pato o gallareta, toma la decisión  y baja una linea única al Gobierno del que es Jefe…Jefe…Jefe, y en el que solo debe haber un discurso: el suyo. Pero parece que nuestro Jefe de Estado vive rodeado de parlanchines que tocan su propia partitura, lo que le impide salir rápido a camino con lo que sea. Lo de la 168 lo demuestra.