Después de tantos años atendiendo familias en un consultorio de psicología, acompañándoles, caminando con ellas y verlas atravesar el dolor por sus rincones más escabrosos, quiero reenmarcar esta vivencia para tranquilidad de muchas personas.

Con frecuencia, sobre todo los padres y madres, tienen la expectativa de que aparecerán dificultades en el camino de la crianza y el desarrollo como jóvenes y adultos de sus hijos e hijas. Las personas con mayor experiencia les advierten acerca de lo difícil que es asumir responsablemente la educación integral de un ser humano. Incluso hay refranes que hacen alusión a esta expectativa: "hijos pequeños problemas pequeños, hijos grandes problemas grandes" o uno muy cruel y gracioso a la vez "cuando estaba pequeño me lo que quería comer de amor y ahora me arrepiento de no haberlo hecho". Y es que es un gran reto bregar con los asuntos de familia hasta el final de los días de los progenitores, que por ley natural desaparecen antes que los hijos e hijas.

Si a esta dificultad propia del trabajo de crianza le agregamos los periodos de crisis, las ausencias inesperadas, planificadas o por irresponsabilidad de alguna de las partes, las muertes trágicas o naturales, enfermedades, consumo de drogas, delincuencia, problemas mentales, dificultades educativas, suicidios, asesinatos, encarcelamientos, embarazo en la adolescencia, preferencias sexuales diferentes, desapariciones, enemistades entre hermanos y hermanas solo por nombrar algunas, el reto se multiplica por mucho.

Hoy quiero decir que la fuerza de las familias puede con todo esto, y digo más: es el único espacio que puede con todo lo que pasa en cada una de ellas. Decirles a los padres y  madres, hermanos y hermanas que el amor es la fuerza que convierte a las familias en ese lugar fuerte y poderoso que salva, libera y sana cualquier dolor que sus integrantes sientan.
Que hay momentos de mucha dificultad en los que  parece imposible una solución, pero siempre tiene esa capacidad de mutarse y restaurarse para continuar. El dolor de las familias es directamente proporcional al amor y este siempre se renueva, a pesar de las dificultades.

He visto hijas salir de la casa de sus padres y luego ir a ser rescatadas por ellos en una dificultad fuerte, pasado el tiempo esa hija regresa pide perdón y se fortalece aún más la relación.

He visto a padres negar a un hijo en su juventud y años más tarde el amor y el perdón les une en un compromiso de amor verdadero.

He visto a hijos cumplir condena en una prisión y ser recibidos con fiesta por sus padres y familiares para el inicio de una nueva vida.

Los casos serian innumerables por la cantidad, pero al final, no importa los años que tengan que pasar, el resultado es el mismo: un padre, madre, hijo o hija que perdona y ama para continuar hacia adelante.

En este enero que he dedicado a despertar esperanzas y cultivar la ilusión de cambio, quiero decirles a las familias que no teman, que no se asusten, que a pesar de la rabia, las discusiones dolorosas o la distancia desoladora en un momento, en las familias siempre existe la posibilidad de restaurar ese amor que ha estado y estará. Que servirá para sanar cada una de las heridas que en el camino se han producido producto del vínculo,  las historias de la infancia, las personalidades e individualidades de cada miembro. Que aunque cualquiera pudiera  en un momento asumir una postura rígida, nunca se resistirá al amor de una mirada compasiva y de un perdón pedido o entregado.

Por supuesto que estos miembros deberán tener capacidad de diálogo, intención genuina de cambio, humildad suficiente para perdonar y pedir perdón, así como para buscar ayuda terapéutica y aceptar cuando no puedan solos.

Si a estos cuatro elementos le agregamos la experiencia espiritual que permita trascender el dolor puntual, ver más allá y tener la fe de que algo bueno y distinto pasará, les aseguro que siempre saldrán fortalecidos en amor, unión y esperanza.