El pasado 9 de noviembre, se conmemoró el 30 aniversario de la caída del muro de Berlín y de la reunificación alemana. Corría el año de 1989 y el suceso se convirtió en el símbolo de la caída del "socialismo real".

Mientras sucedía el referido acontecimiento, un pensador norteamericano llamado Francis Fukuyama se hacía célebre con un artículo publicado en la revista National Interest titulado "¿El fin de la historia?"

En el escrito, que tres años después se publicó como libro (El fin de la historia y el último hombre), Fukuyama afirmó que con la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, se producía el fin de la historia. Con este término, Fukuyama  se refería a la finalización de las contradicciones ideológicas y a que una idea se había universalizado en la conciencia de la humanidad, la democracia liberal.

Treinta años después, la democracia liberal dista de ser una idea universalizada. Con esta afirmación, no me refiero solo al hecho obvio de que no existen sistemas democráticos en la mayor parte del planeta y al retroceso democrático de países que abandonaron regímenes totalitarios durante el siglo XX, sino también, a que la idea misma de la democracia liberal genera mucho cuestionamiento, apatía, o rechazo.

No solo en los países sin tradición democrática y con una serie de conflictos históricos con las democracias occidentales decrece la simpatía por la democracia. En el caso de Latinoamérica, las últimas encuestas de latinobarómetro y barómetro de las Américas muestran un desencanto con los regímenes democráticos.

Como todas las ideas, la democracia constituye parte de un relato, una narración que otorga sentido a nuestras vidas. Hoy día, para muchos, dicho relato ha perdido significado.

Con la referida pérdida, termina una historia, pero emergen nuevo relatos: rancias utopías disfrazadas de nuevas historias, utopías religiosas y violentas que amenazan las formas occidentales de vida, propuestas de redefinición de la democracia, entre otros.

Pero tal vez, sea el relato del último hombre -visualizado por Nietzsche y retomado por Fukuyama -la peor de las amenazas para la democracia occidental. Ese individuo aburguesado, mediocre, apático, acrítico, sin espíritu creativo y alma de rebaño, creación de la democracia occidental y a la vez negación de algunos de los principales valores que la sustentan. Es una paradoja que la máxima expresión del triunfo democrático sea la raíz que nutra la universalización de nuevas formas de totalitarismo.