Los jefes del proyecto chavista y la generalidad de su defensores, persisten en atribuirle a la agresión externa su reciente derrota electoral y el colapso de la economía venezolana. Con eso quieren justificar su desconocimiento a la voluntad de la mayoría del pueblo venezolano expresada en las urnas. Igualmente, los jefes de la Revolución cubana y sus defensores atribuyen a factores externos, específicamente, al bloqueo norteamericano, la ostensible debacle de esa experiencia. No obstante, sin minimizarlos no son esos factores las causas últimas del fracaso de esas y de otras experiencias de cambio.
Nadie niega que la economía venezolana haya colapsado, que el desabastecimiento sea prácticamente total y que el mismo haya llevado esa sociedad a una sensación de ruina generalizada. Las causas que han determinado esa circunstancia no hay que buscarla sólo en las agresiones o en la caída de los precios del petróleo, estas tienen sus raíces en un uso irresponsable del principal medio de riqueza de ese país: el petróleo y esa irresponsabilidad no es sólo del chavismo, sino de muchos de quienes hoy forman parte de la oposición.
Todos los grupos que han sido poder en Venezuela dilapidaron los recursos petroleros y despreciaron cualquier idea de diversificar la producción del país. Esa es la principal causa de la pobreza material y de la sensación de ruina que se respira en ese país. Esa incapacidad de diversificar la economía, con sus matices y diferencias, en esencia, ha sido la causa que ha determinado el colapso de la economía cubana y la de otras experiencias socialistas.
El voluntarismo avasallante de Fidel Castro lo condujo al desatino de plantearse la fracasada meta de los diez millones de toneladas de azúcar en 1968. Ese desatino ha sido uno de factores determinantes de la debacle de la economía cubana y de la acentuación de ese lastre de las experiencias socialistas: el desabastecimiento, la incapacidad de producir los bienes y servicios indispensables para que la gente viva una cotidianidad con la certidumbre de tener acceso a productos básicos de consumo diario. Atribuir estas carencias solo al bloqueo, además de una falacia, constituye un insulto a la inteligencia.
La ex Unión Soviética, también fue cercada y agredida, perdió la mitad de la fuerza laboral urbana durante la hambruna del 1919, dejó 25 millones de muertos para detener y derrotar las hordas del nazismo, pero perdió la batalla económica frente al capitalismo; un régimen represivo estancó una economía en expansión que sacó a millones de seres humanos del oscurantismo y la miseria, pero no pudo crear bienes y servicios indispensables para la cotidianidad. Trotski, lo predijo: “el socialismo no puede justificarse con la sola abolición de la explotación; debe garantizarle a una sociedad una mayor economía de tiempo que la que garantiza el capitalismo (…), solo eliminar la explotación no sería más que un episodio dramático sin futuro alguno”.
Los factores externos han sido un lastre para esas experiencias, pero lo determinante ha sido que sus jefes fueron incapaces de vencer la más difícil de todas las guerras: la económica. Tampoco, de garantizar libertades ciudadanas fundamentales. En el caso del chavismo, luego de perder la guerra económica, independientemente de las malas artes usadas por sus adversarios durante el discurrir de la misma, insiste en el dislate de querer hacer una guerra política, asustando con desatar una militar (de difícil concreción), en medio de un contexto de pérdida de legitimidad casi total. El batacazo electoral lo dice todo.
Eso deberían entenderlo todo aquel que dice simpatizar con las ideas de justicia e inclusión social que ha guiado a las direcciones políticas de procesos de transformación radical como el intentado por el chavismo, defenderlo de manera acrítica en este momento solo conduce hacia una irremediable tragedia en Venezuela.
El chavismo no aprendió la lección. No aprendió que ningún pueblo sigue a sus dirigentes si estos no son capaces de resolverle sus necesidades cotidianas. No valen justificaciones.
El resto es cuento mal contado.