Existe en el colectivo social dominicano como una especie de necesidad “biológica” y necesidad social de procrastinar las acciones y decisiones que tenemos que asumir ineludiblemente. Es más, usamos la procrastinación como un vehículo de importancia social, de jerarquización, en el proceso de interacción social como manifestación de las relaciones sociales, relaciones de dominación, en la hegemonía cultural-ideológica.

Procrastinar “es posponer actividades que tenemos que hacer, aun sabiendo que al postergarlos estaremos en una situación peor”. Nuestra sociedad se encuentra en nuestro corpus social como una configuración cultural que al ritmo del dilatado tiempo, se expresa en su larva endémica y congénita al mismo tiempo. La postergación de lo que hay que hacer es la ausencia de la seguridad en sí mismo, de nuestra autoaceptación, de nuestra autoestima, de la autorreferencia, de nuestra confianza en un proyecto, sobre todo colectivo, que hay que empujar desde su génesis hasta el epílogo.

La procrastinación es el fruto, en el tejido social, de eso que Hodge llama la plataforma de una cultura y la capacidad de proactividad. Nos habla Hodge del Individualismo/Colectivismo; de la Certidumbre/Incertidumbre; del Corto Plazo/Largo Plazo; de Feminismo/Masculinidad. Resulta que el entramado de nuestra praxis social es individualista con pasmoso miedo a la incertidumbre y solo pensamos a corto plazo, tomando en cuenta solo lo material en el fenómeno que hay envuelto.

En otras palabras, la procrastinación es la máxima expresión del individualismo, donde el espacio de solidaridad hacia un proyecto colectivo se levanta y cae, con la misma velocidad con que se fraguó y los actores protagónicos que ayer andaban juntos se separan, teniendo los mismos proyectos colectivos, la misma ideología y hasta los mismos escenarios. Es lo que hace posible que cambiemos de agenda permanentemente y lo que ayer constituyó nuestro nido primordial de lucha colectiva, lo veamos como todo lo contrario, con argumentaciones horribles de un presente que desdeña y subestima. Glorifica su pasado sin concierto armonizado del presente. Procrastinar es esperar que otros hagan por ti, lo que tu no harías ni por ti ni por nadie/ Es responsabilizar sin asumir.

Es que la procrastinación es la fragua más expedita del miedo al fracaso; del miedo a un proyecto de largo plazo, porque para el procrastinador todo ha de ser el ayer y éste ya pasó; la ausencia de una visión, de una convicción lo hace presa candente del inmovilismo, de asumir la psicología del autoengaño y de construir puntos ciegos a su alrededor para no encontrar la esencia ni las causas de su devenir incierto. Procrastinar, es por demás, asumir el inmediatismo como cantera de falta de planificación, de orden, de disciplina, de horizonte dibujado en un desdibujamiento contemplado. Procrastinar es buscar culpables para no sintonizar los cambios.

Es ese procrastinar que nos lleva a no asumir nuestro mejor esfuerzo, a relativizarlo todo y ponderar una prudencia sin sentido para no “molestar” y quedar bien con todo el mundo. Nos impide tomar posiciones y a entrar recurrentemente al fuego del dilema ético: 1) Hacemos siempre lo más conveniente; 2) Hacemos todo lo necesario para  ganar; y, 3) Decimos lo que lo demás quieren oír.

Decía Mario Bergara, Ministro de Economía y Finanzas de Uruguay, en una entrevista en este mismo medio “La ética de una sociedad se mide en como trata a los sectores más desprotegidos”. Cuando se tiene un compromiso nada se posterga y se va a la fuente del problema y se marcha hacia los problemas estructurales en que descansan las raíces de los males. Procrastinar es buscar excusas para actuar con impulsividad y demora. Es pretender explicar su desarmonía con que nada lo controla, manejándose sistemáticamente fuera de su círculo de influencia, al tiempo que el tiempo lo domina sin entender como señalaba Hermann Hesse “Lo que importa más nunca debe estar a merced de lo que importa menos”.

Procrastinar es todo lo contrario a la proactividad, a la determinación de manejarse en el cuadrante 1 y 2 de la administración del tiempo de Stephen Covey: Urgente e Importante; No Urgente que es Importante. El procrastinador por su abulia y desidia con el futuro recrea en su imaginación la confusión entre el deseo y la necesidad; el deseo y la realidad y cree siempre que nada cambiará, que el futuro sería peor que el presente. Lo lleva en su elaboración forzosa de la realidad  a percibir por igual: forma y contenido; mitos y realidad; materialidad y generalización.

¿Acaso no contemplamos hoy en las encuestas y estudios de organismos internacionales los mismos problemas de hace 10, 15, 20, 25, 30 años? Ellos circulan, rotan, se jerarquizan; empero, siguen ahí: empleo, vivienda, electricidad, agua potable, seguridad, violencia intrafamiliar, salud, discriminación de genero, pobreza, indigencia, aumento del crimen organizado: sicariato-narcotráfico, transporte y pobre ejecución de la justicia: impunidad-inmunidad.

¡Es el eterno procrastinar del dominicano deslizado en todo el tejido de la composición social lo cual dificulta la asunción de un proyecto colectivo de calado que rupture el protagonismo individual!