Nuestro país vive continuamente inmerso en un debate político, dejando tristemente de lado la solución de los múltiples problemas nacionales.

Invertimos más tiempo en intentar descifrar o adivinar las jugadas del ajedrez político criollo, que en analizar nuestra historia para que podamos fácilmente tomar conciencia de cuán repetitiva ha sido la misma y cuánto perjuicio nos han causado ciertos hechos.

Nuestra tantas veces modificada y poco respetada Constitución, revela esta tendencia histórica y, por eso, sus disposiciones por fundamentales y justificadas que sean,  siempre han vivido a la merced del debate político.

No importa lo que la Constitución disponga, nuestra historia ha demostrado que en cada mandato de gobierno buena parte del tiempo de las autoridades se dedica a trabajar por una repostulación del mandatario de turno; lo que naturalmente incide en las acciones a tomar.

Quizás por esto muchos problemas no reciben solución dado que la misma requeriría tomar decisiones poco simpáticas frente a algunos sectores que se consideran sensibles, como es el caso del sector eléctrico o del transporte de personas y mercaderías.

El que la Constitución disponga la posibilidad de reelección por un solo mandato consecutivo, la no reelección, o la reelección no consecutiva ha resultado ser indiferente, pues debido a la poca importancia que se da al pacto social que supuestamente ella representa, la disposición de que se trate siempre querrá  ser  reformada, aunque como se hizo recientemente, le hayamos puesto trabas como la validación de la ley revisora mediante referendo aprobatorio.

Peor aún, siempre habrá "expertos" dispuestos a argumentar que tal mandato constitucional no aplicaría al mandatario de turno, aunque el mismo ya se haya beneficiado  de la correcta interpretación  de aplicación inmediata del texto constitucional, como acaba de suceder. 

Todavía no tenemos integrado el Tribunal Constitucional recientemente creado, pero no sería exagerado vaticinar que al igual que ha acontecido en otros países de la región, el mismo será en su momento víctima de  estas discusiones.

Parecería que para nosotros fuera imposible lograr lo que otros países desarrollados institucionalmente han conseguido, esto es la aceptación de los mandatos constitucionales y de la necesidad de su permanencia en el tiempo.  Si en los Estados Unidos tuviera que discutirse si el presidente de turno puede postularse o no a un mandato consecutivo, o si el que se presentó y no ganó podría volver a presentarse; probablemente que también allí las cosas anduvieran mal y se estuvieran desatendiendo sus grandes retos. 

Nuestro grado de irrespeto a la Constitución y las leyes está íntimamente relacionado con nuestra inaudita capacidad de votar reformas hechas a la ligera sin adecuados grados de compromiso y convicción.  Ojalá que reflexionemos sobre lo pernicioso que ha sido mantenernos en un  eterno debate político, enemigo por excelencia de la solución de los problemas nacionales, para que finalmente logremos salir de esta trampa que  impide nuestro desarrollo.