Mirando en estos días algunas entrevistas a las integrantes de la selección nacional de voleibol femenino, denominado “Las Reinas del Caribe”, y escuchando las explicaciones ofrecidas por el director del proyecto, Señor Cristóbal Marte, se me ocurrió que, tal vez, esa disciplina deportiva es el único aspecto de la vida nacional en que se ha logrado forjar un espíritu de selección nacional.

Este concepto proviene inicialmente de otro deporte, el futbol, que, lamentablemente, no es muy popular en la Republica Dominicana. Independientemente de la gran rivalidad que pueda existir entre jugadores y equipos, construir una selección nacional con capacidad de encaminar su patria hacia el logro de grandes éxitos internacionales es siempre un gran proyecto que mueve a todos los sectores.

Durante mi participación en el Gobierno, a principios entendí que lo más conveniente era promover la idea de construir un Estado nacional funcional, en que todos pudieran confiar, que todos estuvieran en disposición de apoyarlo al considerarlo capaz de afrontar los grandes desafíos que solo un Estado fuerte puede conducir.

Y los jugadores, mientras participan en las competencias nacionales o continentales con sus equipos, a veces con una rivalidad a toda prueba, el mayor honor que pueden recibir es ser llamados a defender el uniforme de su patria y, cuando eso ocurre, se olvidaron las rivalidades e intereses particulares para entregarse de lleno a la selección nacional.

Pero resulta que la Republica Dominicana, ni siquiera en el beisbol, un deporte que es seguido sistemáticamente por la población, y en que sí tiene un enorme potencial, ha logrado el país desarrollar ese espíritu, por lo cual, en las competencias internacionales no logra ni mínimamente las hazañas que se esperarían de una Nación con tal proliferación de jugadores del más alto nivel a escala mundial.

El espíritu de la selección nacional se refiere a un sentido de propósito nacional, a un conjunto de ideas y conceptos por los cuales todos los sectores entienden que vale la pena sacrificarse, destinar recursos  y poner el empeño. Y movilizar la conciencia nacional en pro de su consecución.

Durante mi participación en el Gobierno, a principios entendí que lo más conveniente era promover la idea de construir un Estado nacional funcional, en que todos pudieran confiar, que todos estuvieran en disposición de apoyarlo al considerarlo capaz de afrontar los grandes desafíos que solo un Estado fuerte puede conducir. Por eso mi insistencia en la necesidad de un Pacto Fiscal.

Aparentemente esto no valió la pena. Congruente con tal propósito, pero por otra vía, me pareció prudente impulsar el cumplimiento de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en parte porque fue un compromiso asumido por el propio Estado, e impulsar los mismos nos conduce, simultáneamente, al logro de los objetivos y metas de la Estrategia Nacional de Desarrollo.

Congruente con tal propósito, pero por otra vía, me pareció prudente impulsar el cumplimiento de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en parte porque fue un compromiso asumido por el propio Estado, e impulsar los mismos nos conduce, simultáneamente, al logro de los objetivos y metas de la Estrategia Nacional de Desarrollo.

Es responsabilidad del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo impulsar tanto una como otra cosa, y en torno a ellas, promover el espíritu de la selección nacional. En definitiva, ambas vías nos conducen a enfrentar los grandes desafíos del país, incluyendo no sólo los relativos al crecimiento y estabilidad económica, sino a los asuntos institucionales, de transparencia, de seguridad ciudadana, de justicia independiente, etc., y a los medioambientales y, particularmente, los de cohesión y equidad social.

La END al 2030 es una Ley del Congreso y sería lógico esperar que al Congreso se le rindan cuentas de su cumplimiento. Pero la Agenda 2030 de los ODS es un compromiso internacional del país, el Gobierno está obligado a informar sobre sus avances, el sistema de las Naciones Unidas nos está vigilando, y no es posible que, un país que vive vanagloriándose ante el mundo de sus grandes éxitos, termine como le pasó al anterior gobierno de Leonel Fernández que, ante la anterior agenda de Objetivos de Desarrollo del Milenio terminó pidiendo cacao por no poder cumplirlos. 

Por eso me esforcé por comprometer en su búsqueda a todas las instituciones del Estado, a los gobiernos subnacionales, a los partidos de todos los colores, a las organizaciones empresariales, religiosas, a las academias y muy particularmente, a la sociedad civil que, por su naturaleza, tiene más sentido de continuidad en la búsqueda de los propósitos nacionales.