“Dos de los regímenes más monstruosos de la historia de la humanidad subieron al poder en el siglo XX. Ambos se afianzaron sobre la violación y el saqueo de la verdad y sobre la premisa de que el cinismo, el hastío y el miedo suelen volver a la gente susceptible a las mentiras y a las falsas promesas de unos líderes y políticos empecinados en el poder absoluto”.

(Michiko Kakutani: La muerte de la verdad)

Robert Michels nos habla de la “Ley de hierro de las oligarquías” como campo de incompatibilidad entre la democracia y otras formas de organización social a gran escala, que generaría como axioma la formación de una oligarquía o una pequeña elite que defenderían sus intereses. Es en el marco de esas tendencias y poliarquía en que evoluciona el consenso, en la búsqueda de opciones y soluciones entre los distintos actores políticos y sociales.

Consenso es una construcción social, cual si fuera un ecosistema, donde gravitan distintos intereses (económicos, sociales, ideológicos) sobre una problemática determinada. El consenso, en el plano de la política, es la lucha por la obtención o alcance de algo a través de integración, entendimiento o negociación. Esa negociación ha de originar concertación o acuerdo y esa lucha se lleva a cabo en un congreso, al final, se puede producir que la mayoría se imponga como fórmula de su carácter normativo.

El consenso es en gran medida un proceso de integración como parte esencial de la democracia en la cultura dialógica. Consenso es entendimiento, integración de una vastedad de intereses y elaboraciones que se anidan en la sociedad. En el consenso median en gran medida los principios, valores y normas que pautan una sociedad determinada. En la cultura política dominicana, significativamente ha habido acuerdo, concertación, empero, siempre al borde de una crisis. La cultura del consenso como espacio de la búsqueda de un objetivo general, de intereses que trasciendan los intereses particulares, partidarios, no han sido la caracterización de las elites.

La cultura política democrática “concibe al consenso como una práctica que asegura que los diversos intereses o posiciones se toman en cuenta en la elaboración de políticas públicas”. Consenso no significa unanimidad. La unanimidad es una castración a la verdad como búsqueda y fórmula para transformar una realidad determinada. La ausencia de ese debate horizontal, abierto, participativo, lo más plural posible, anula la democracia y hace que emerja la autocracia.

El consenso en una dimensión más amplia que el Congreso significa mayor cuota de legitimidad social y catapulta la confianza; empero, el mismo cuasi siempre no se produce de manera global, total, por el encuentro de la multiplicidad de intereses y la gran complejidad que ello implica. El consenso social cobra cuerpo en paralelo en la misma dimensión de la democracia, actúan en constante evolución y reconstrucción como parte vital de la gestión consustancial de la naturaleza humana y su grado de desarrollo en cada instancia de la historia. Es conquista, es renovación social y política para generar la paz como vehículo nodal del capital social y con ello, la médula espinal de la cohesión social.

El consenso coadyuva a crear y recrear la estructura de la sociedad, expresa las distintas formas de cooperación y evita lo más posible la fragmentación y la toxicidad que ante su ausencia puede generar la violencia. En una comunidad caracterizada por la diversidad, el consenso lleva en su seno el disenso, el desacuerdo. Consenso no es, obviamente, reparto ni significa en esa búsqueda de acuerdo, de concertación, de entendimiento, que se abra el espacio del desacuerdo y su validez como fuente de empuje de la manipulación y la desinformación o, como se expresa Michiko Kakutani explicándonos el efecto Rashomon que afirma que “todo depende de nuestro punto de vista”.

Lo contrario del consenso es la coerción. Entre el consenso y la coerción existe un tamiz especial que es el cuerpo doctrinario institucional en que descansa un Estado. Con mucha propiedad Antonio Gramsci nos decía que, para no recurrir a la coerción era necesario asegurar la hegemonía cultural para validarse en el conjunto de la sociedad en que descansan los sectores sociales.

En la ideología y el discurso de los actores políticos desplazados del poder recientemente, no se alcanza a comprender y asimilar el consenso y su rol como partido opositor. Se comprende el síndrome del poder después de 16 años ininterrumpidos y con el grado de dominación y hegemonía asumido en una corporeidad desinstitucionalizada. Aquí la frase de Hannah Arent “… el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, los estándares del pensamiento) han dejado de existir”.

Hay, si se quiere, una crisis de disonancia cognitiva que se agiganta cuando auscultamos la construcción social de la realidad de parte de esa parcela política. Acusan una incompatibilidad y una dualidad entre su subjetividad y el encuentro con la realidad. ¡Una verdadera parálisis paradigmática! Son, en la praxis, verdaderos “cola de paja”. El partido de oposición mayoritario apeló al consenso como una estrategia política (para no evidenciar su composición de minoría en el Senado). En esa estrategia, la táctica desbordó la estrategia porque asumió como blanco de público al magistrado Román Jáquez, que no tenía ningún signo de objetividad para el ataque a su persona. La objeción al hoy presidente de la Junta, sería el focus para lograr una política de reparto, más allá de la orquestación política de los símbolos partidarios.

El consenso trasciende la cohabitación, tanto en la grandeza de lo institucional como en lo social y la legitimidad. El PLD, cuasi en el vacío, propugna por una política de no cohabitación, no realmente de consenso, sobre los temas vitales de la sociedad porque sabe, en lo nodal, en lo fundamental, que la sociedad apela, le urge saber con detalles el grado de putrefacción con que dirigieron el Estado y eso implica visibilizar y encauzar, encaminar los procesos de la corrupción.

Para Rodrigo Borja la mejor definición de consenso es “la ausencia de cualquier objeción expresada por un representante y presentada por él como obstáculo para la adopción de la decisión de que se trate”. Hay una búsqueda hacia una sociedad más decente donde opere una amplia discusión y participación, donde la justicia y la inequidad no sigan ahogando a la mayoría de la sociedad.

¡Acuerdo, concertación, consenso, disenso, entendimiento, en el zigzagueo fluorescente de un mayor involucramiento de los ciudadanos es la partida para encontrar más y mejor democracia!