(Apuntes para un manual de sociología barata)

Para “el dominicano” todo ocupa la métrica de un “bonche.” Dios está hasta en la sopa, menos en su conducta egoísta, mentirosa y corrupta del día a día. Es un niño en la manera en como canaliza su racionalidad: “cuando se trata discutir con cierta lógica o coherencia puede ser un huracán de emociones nublando el silogismo de la discusión.” 

Es bondadoso, gentil en su conducta, pero  su argot emocional puede no registrar cambio de microchip según el contexto o la persona a quien se dirija. Puede no diferenciar una fiesta de una funeraria, un Príncipe de un vecino. Su confusa educación no registra rol ni protocolo. Es tan horizontal que casi siempre hay que ponerle una distancia para no confundir los vínculos.

Es un bulloso poco íntimo. No conoce la discreción y el silencio. Tiene un sentido de hacinamiento-musical que permea cualquier espacio donde esté. Más que alegría, la música para él es una atmósfera narcótica para aturdirse. Es posible que este síndrome sea reflejo de una pobreza material-ancestral que ya es pobreza de hábitos y de valores.

“El dominicano” tiene un gran sentido del humor, es un gozoso delicado, aún en el paraíso de la chercha, se queja. En su visión del mundo, hay una inconformidad latente, puede ser que sea la genética social de la dominicanidad. Es un relajado en apariencia porque de cualquier cosita que toque las intríngulis de su ego infantil arma un “yunyún” telenovelesco.

El lenguaje para él no es una herramienta de comunicación, es más bien un medio para imponer su juicio, gritando. Rara vez conversa o polemiza, más bien descalifica sin argumentos. Esta manera extrañamente vertical (por no decir deformada) que tiene de la comunicación, y de hablar mucho para decir poco, es posible que encuentre explicación  en la “arqueología social” de una sociedad marcada por una cultura de caudillos y dictadores.   

El sistema conductual de “un dominicano” está signado por el caos, la irresponsabilidad, el micro-robo, la falta de contacto con la palabra, la impuntualidad, la chapucería y la mentira. Su ser se parece a un laberinto de  partículas cuánticas: “ocupan cualquier lugar al mismo tiempo;” estoy llegando cuando puede estar en Jimaní y tú en el Seibo, el jefe me ofendió cuando lo único que hizo fue ponerlo en reglas, fulano es mi hermano y por detrás soltando improperios sobre esa persona. Su sistema emocional parece ser “femenino”: su conducta casi siempre se fundamenta en la bipolaridad de las emociones.

Es un pasao’ fuera de serie. Un desacreditador sin pruebas ni argumentos, opina más de lo que lee. Y qué decir  de su humor respecto a sus colegas: “siempre hay una coletilla (o bulling) que refleja la envidia de un ser resentido.”

No hay cosa más ordenada, graciosa y repentista que un dominicano en la conversación libre y desordenada (en una peña); eso sí, desde que la palabra exige estar al servicio de un discurso con rigor, se pone tenso, engola la voz y puede ser disparatoso.

Para “el dominicano” cualquiera puede ser conflictivo, en espacial si se comporta como individuo y no asume el papel de “auto-degradado-pusilánime” y “lambonería”  a domicilio.

“El dominicano” es tan pasao, que quien escribe es dominicano de pura cepa pero reflexiona desde la mirada de otro dominicano extraño a esa dominicanidad que nos envilece.