Tuve que desechar un día de sol y viento en Cabarete para poder ver al Presidente. Desatender una provocación tan sugerente demandó mucha reciedumbre. A pesar de los titubeos lo hice convencido de que nadie más que mis sentidos podía acopiar la impresión más fiel de sus gestos y apreciar así el valor de sus palabras. No solo quería escucharlo sino escrutar las intenciones de su mirada, como cuando anunció no reelegirse.
Soporté el discurso hasta el aplauso de cierre; inquirí en el meneo visual que se balanceaba entre los dos ángulos del telepronter. Mastiqué cada aliento, inflexión y pausa; advertí y conté hasta los siete saltos al guión discursivo.
Una alocución ordenada en cascada sobre recuentos y promesas, algo así como los vaivenes de un pincel cuando busca retozar con la degradación de matices: de los tonos más claros a los más puros. Las memorias del presidente fueron un estofado de deseos, datos genéricos, cifras apuradas y planes apenas esbozados; algunos aciertos plausibles, pero mucha lluvia sobre lo mojado. El tema que me privó del furioso oleaje del mar fue justamente aquel dejado para calzar, como epílogo, el andamio de la arenga: Odebrecht, Punta Catalina y la impunidad.
Sobre Punta Catalina el presidente se montó en una barata comparsa de lentejuelas al insinuar que el clamor popular por develar sus encubrimientos es una trama del sector generador interesado en boicotear su terminación. Denunció su voracidad, reconoció que el gobierno paga una de las energías más caras del mundo, sin embargo no lo hizo para anunciar propuestas firmes y así, en el marco del pacto eléctrico, rescatar al Estado de su postración ante la depredación de los generadores o para desempolvar el engavetado expediente FONPER sobre el fraude eléctrico, sino para denigrar y asociar el legítimo pedido ciudadano con las apetencias de uno de los oligopolios más devastadores de las finanzas públicas. Esa es la línea discursiva que esperaba la portentosa plataforma de comunicación abonada al gobierno; a partir de este martes se afinarán las notas y sonarán las bocinas con eufórica estridencia. Se le olvidó, sin embargo, decir que es justamente a ese sector “subversivo” y “anárquico” a quien él mismo ha llamado con mucha insistencia para invertir en Punta Catalina, ofreciéndole en venta parte de su participación accionaria. Es perverso jugar a la simulación de esa manera.
Como habíamos presentido, Danilo Medina se pone al lado del movimiento verde, pero no para responder a su reclamo en buena lid, (avalado por más de un cuarto de millón de firmas) sino para evocar con aparente nostalgia los años perdidos de su rebeldía estudiantil. La ciudadanía no aspira a estimular viejas añoranzas cívicas, ni a inspirar poesías épicas; quiere que un presidente sensato atienda una petición justa y racional: nombrar a gente independiente en la gestión judicial del caso Odebrecht que le inspire la confianza que no ha logrado la palabra ni el accionar del presidente.
Como quien quiere apresurar su plan, Danilo Medina proclama que en el caso Odebrecht la población se sorprenderá de lo que vendrá. Claro, es políticamente imperativo comenzar a dar señales en una investigación secreta que lo mejor que ha logrado es un descargo penal a favor de la principal acusada. No hay que ser un observador muy agudo para suponer lo que sigue: una pasarela de exfuncionarios de cierto relieve con medidas de coerción a cuesta. Para dar el golpe de efecto las prisiones preventivas vendrán en paquetes aún para el caso de los Tucano. Presumo que don Víctor Díaz Rúa, el más odiado de todos los sospechosos, deberá estar preparando sus mochilas, obvio, sin su Rolex. Las carpas del circo se desplegarán a su máximo estiramiento en medio de los petardos mediáticos más trepidantes.
El presidente le envió un mensaje subliminal a la comisión de Agripino, dándole las coordenadas para las conclusiones de su informe. Dijo que no detendrá las plantas de carbón de Punta Catalina si se demuestra fuera de toda duda razonable que el proyecto “se realizó de acuerdo a los más altos estándares, si su precio es efectivamente más bajo que el promedio y si todas las firmas internacionales que participaron en la licitación actuaron con responsabilidad”. La comisión trabajará denodadamente para despejar toda duda de que eso fue justamente así, aunque, para ayudar a la apariencia, destacarán algunos fallos y menudas irregularidades.
El discurso del presidente, lejos de renovar confianza, confirmó que el gobierno no va a hacer concesiones en su estrategia para mediatizar el alcance de las acciones para que no desborden los límites políticamente convenidos. Muchos esperaban un discurso dócil, comprensivo y consecuente con las aprensiones de la sociedad. Danilo Medina fue desafiante, frontal y contestatario. Veremos si esa actitud de aparente fortaleza podrá tolerar lo que guarda la caja de Pandora en Brasil. Entonces sabremos si se seguirá cantando la rumba Odebrecht sazonada con el famoso estribillo: “caiga quien caiga”.