“El desarrollo sin contexto humano y cultural, es un desarrollo sin alma. El destino humano es una elección, no un producto del azar” (Fundación Pablo Iglesias).

Cuando estudiaba agronomía, aprendí algunas lecciones que no he podido olvidar, y que he transferido a mi formación holística. Como buen observador, y en la modesta experiencia que acumulé trabajando como investigador- experimentador para el CESDA (San Cristóbal), el CIMMYT (México) y el PRM (Guatemala), en una planta de maíz, mi especialidad, siempre percibí la diferencia entre los eslabones de Desarrollo y Crecimiento.

En una planta de maiz, el crecimiento tiene que ver con la elongación de las células, la formación estructural, volumen de la planta, tamaño, follaje, la apariencia. A veces, muchas plantaciones presentan una imagen de tamaño y color que enloquece, pero a la hora de producir, sólo nos quedan las hojas y la imagen bonita, no hubo producción de granos, que al fin y al cabo es el objetivo de producir maíz. Es común, ver en el maíz lo que conocemos como ¨consumo de lujo¨, es decir, la planta consume mucho nitrógeno, para tomar color verde oscuro, y volverse loca produciendo follaje, haciendo bultos.

Sabemos lo importante que es el crecimiento como antesala del desarrollo, sin embargo el desarrollo es nuestro Norte. Es necesario un crecimiento equilibrado, para que tenga lugar la división de las células, la reproducción, la multiplicación, que garantizan la producción de mazorcas (elotes) y granos, y el rendimiento medido en quintales por tarea.

El crecimiento puede garantizar el desarrollo, pero un desarrollo intervenido por factores endógenos o exógenos contrarios hace fracasar todo lo que esperábamos. Justus Von Liebig (1803-1873), químico y pedagogo alemán nos enseñó, gracias a la insistencia diaria, casi inquisidora, en el aula del Padre José Luís Mesa s.j, su famosa Ley del Mínimo, en 1843, que planteaba “el desarrollo de una planta está determinado por el elemento que está en menor cantidad”. Esto traducido a buen cibaeño, nos dice que el elemento que sea deficiente, que esté en menor cantidad en la nutrición de una planta va a hacer el responsable en impedir que ésta se desarrolle. En definitiva que produzca los frutos en la cantidad y la calidad que nosotros esperamos.

El escenario de la lección anterior lo encontramos todos los días en nuestra sociedad. Se hacen esfuerzos pendejos que no van aportar nada a nuestro desarrollo, sino hacer bultos y esconder otras realidades aún más dolorosas. No obstante, se olvidan que esas áreas que marginamos dentro de nuestros planes de desarrollo, esas personas que no tomamos en cuenta por nuestras miopías, se convierten en los factores determinantes, que van a echar a perder todo lo que planeamos. Como la planta del maíz, la sociedad es un todo indivisible. No va por un lado el crecimiento y por otro el desarrollo. Ambas tienen lugar en el mismo escenario y con los elementos del otro.

Olvidamos tantas veces que el desarrollo es incluyente; que para el desarrollo se necesitan propósitos colectivos, no individuales y que no podemos avanzar sólo con el grupito que nos hace el coro, que aplaude hasta nuestras ignorancias y pendejadas. El desarrollo se mide, como se hace en un campo de maíz,  con los frutos que produce en cantidad y calidad. No con lo que producen unos pocos, sino todos los actores sociales involucrados que incluyen a los motoconchos, buhoneros, venduteros, echadores de días. Sólo para citar unos cuantos.

Hasta el sol de hoy, en la mayoría de nuestros municipios y comunidades hemos tenido crecimiento, no desarrollo. Algunos habitantes han alcanzado bienestar económico. Han construido muy buenas casas, tienen muy buenos carros, unos cuantos con buenos negocios. Pero ese crecimiento personal o familiar no ha representado el crecimiento de los otros. El desarrollo es la garantía de todos, no de un grupito de privilegiados, dichosos y avivatos.

Nadie se quiere sentar a pensar y planificar el desarrollo. El desarrollo no es suerte, azar o cosa del destino, es un 98% de trabajo, disciplina, participación, voluntad y un 2% de inteligencia. No tenemos que ser genios, sino tener corazón. Una persona sin corazón, no puede ser portador del desarrollo. Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible” (Gandhi).