La mala calidad de la educación dominicana no es un secreto. Ha sido una queja general que llevó a la movilización del 4% por la educación, luego a la tanda extendida, y provocó un fuerte cuestionamiento frente a los desastrosos resultados de las últimas pruebas PISA.
En este difícil y penoso contexto asumió, en el pasado mes de agosto, el nuevo ministro de Educación. Llegó con su propio librito para mejorar las cosas, pero nunca pudo ponerlo en marcha en razón de la difícil situación sanitaria que nos ha tocado vivir.
De las estrategias educativas aplicadas durante el periodo de la pandemia: el cierre de las escuelas por más de un año, la educación virtual, a distancia, la compra de tabletas, los cuadernillos y todo la nueva parafernalia traída por la Covid 19 hemos hablado ampliamente, al igual que de las brechas sociales, educativas y digitales que se acrecentaron en este lapso.
Finalmente, frente a la presión de múltiples sectores, el regreso a clase está fijado para el 25 de mayo de forma gradual, controlada, voluntaria y con el consentimiento de la familia. Esto significa el mantenimiento de varios sistemas de enseñanza en el territorio nacional.
Lo que se ha vuelto una necesidad deja, no obstante, interrogantes y pone en evidencia que si bien muchas escuelas están listas y habilitadas para iniciar presencialmente, no es menos cierto que otras no tienen las condiciones de infraestructura e higiene necesarias para hacerle frente a un regreso en las mejores condiciones; a veces, sencillamente, porque muchos sectores no reciben agua en cantidad suficiente.
Tampoco está muy claro cómo se realizará el distanciamiento físico de los estudiantes y si los centros educativos serán dotados a tiempo de los insumos de protección y bioseguridad necesarios.
A pesar de todo esto, asumiendo el regreso a clase como una prioridad impostergable (aún cuando estamos al final del año escolar), lo más preocupante es cómo hacerle frente a una población estudiantil más desnivelada que nunca y a los múltiples sistemas de enseñanza que van a funcionar a la par.
Si desde antes de la pandemia había un abismo entre un alumno de tercero de primaria de un sector desfavorecido y un alumno del mismo grado de un colegio privado de buen nivel, ahora las brechas educativas y digitales entre estos dos sectores se habrán ampliado a niveles insospechados.
También habrá aumentado con creces el desnivel entre estudiantes de una misma aula, entre los que siguieron su escolaridad con tabletas, por Whatsapp o televisor, o los que sencillamente se descolgaron del sistema escolar, vagan en las calles, trabajan, o abandonaron el hogar para escapar a la violencia intrafamiliar y buscársela.
Los profesores, las familias y los niños, niñas y adolescentes han hecho un esfuerzo sobresaliente, pero es el momento de saber qué contenidos los estudiantes han podido asimilar y cuáles no. De modo que es urgente medir el retraso antes de que se acumule más. Luego de dos años escolares totalmente anormales estamos corriendo el riesgo de que la presente generación sea aún peor educada que las anteriores.
Para los casi dos millones de niños, niñas y adolescentes matriculados en las escuelas públicas y privadas de los sectores vulnerables se requiere de un modelo educativo resiliente para no dejar atrás a ningún alumno o alumna y para recuperar los desertores que, según EDUCA, son más de veintemil. A partir de ahora, cada aula presencial funcionará como un sistema de multigrado que no todos los maestros están preparados para asumir.
La nivelación escolar tiene un sentido de urgencia y de meta nacional en el contexto actual. Solo cumpliendo con este proceso se podrá lograr estándares que generen las competencias, habilidades, destrezas y aptitudes necesarias para avanzar al siguiente nivel.
Frente a tantos desafíos e interrogantes uno puede preguntarse quién velará desde las escuelas por las adolescentes de estos planteles que, durante la pandemia, dejaron sus estudios a causa de sus penurias para seguir un hombre mayor que les asegurara la comida en detrimento de todos sus derechos y a pesar de la sonada ley sobre “matrimonio infantil”.