En su reciente alocución al país el presidente Danilo Medina habló en parábolas. Una vez más puso de manifiesto su actitud huidiza, propia de su estilo comunicacional,  de no llamar las cosas por su nombre.

La “animalización” utilizada, entendida como  atribuirle a una persona características de animales, bien puede llevar a dos interpretaciones. Primero, considerar a los candidatos “inteligentes como los delfines”; segundo, considerarlos como dóciles, domables, manipulables como los borregos, llamados a heredar un poder sin que el depositario del mismo sea el pueblo. 

La inclusión en la lista desmerita  la capacidad de los “delfines” para construir su propio proyecto político. El presidente Medina le da el visto bueno para “continuar su obra”  invitándolos al  palacio nacional a bajar la cabeza y a recibir las órdenes cual muchachos de mandado. Pero estos no son los únicos delfines-borregos. También hay otros muchos en el Congreso y otras dependencias  que consideran que han heredado esos puestos para siempre. Igual de tibios, igual de “obedientes”. Igual de manipulables.

En la política, el término “delfín” no necesariamente es un piropo sublime. Como expresa el destacado periodista colombiano Uriel Ortiz Soto: Si usted es aspirante a “padre de la patria” y quiere tener éxito, navegue prendido de la cola de un delfín”. Conservar el poder navegando agarrado de la cola de sus delfines, tal pareciera el deseo del presidente Medina en su afán de manejar el poder tras bastidores utilizando testaferros incondicionales y sumisos.

 Los delfines en el argot político son criaturas “privilegiadas”, que  disfrutan del poder y de la gloria. Sus planes y proyectos políticos vienen amarrados con el cordón umbilical de sus antepasados, que han gobernado  sin importar cómo lo hicieron.

En política, el término delfín tuvo una aparición temprana. Los herederos del trono de Francia ostentaban el título de delfín desde que en 1349 el conde Humberto II (cuyo título era delfín Humberto II), vendió su señorío del Delfinado a Felipe VI de Francia con la condición de que el trono francés adoptara el título adjunto a la tierra y gobernara el Delfinado como una provincia separada. Y que el heredero al trono tuviese el título de delfín.

Desde entonces el delfín dejó de ser sólo un mamífero del mar y se convirtió en la forma como se denominó en Francia al hijo del monarca y “sucesor de la corona”.  Por lo visto,  nada tiene que ver el título de Delfín (que se le otorgaba al primogénito o heredero del rey de Francia) con el inteligente y atractivo  cetáceo, poseedor de un cerebro de mayor tamaño que el del hombre, ya que ambos términos provienen de orígenes distintos.

En la actualidad, el término delfín también  hace alusión  a la persona designada para suceder a otra en un cargo, generalmente político. Lo anterior nos trae a una reflexión y  es que los dominicanos  dependemos en mucho  de los delfinazgos, no actuamos electoralmente con criterio propio y pensamos que las soluciones sólo provienen de las élites políticas. Esto define  lo que se entiende  como ser borrego. 

Conviene recordar que en Francia también  hubo “delfinas”. Llama la atención que  en la lista de Danilo Medina no figura ninguna delfina. Y en el PLD y en el Palacio pareciera haber algunas, por demás, ciudadana y políticamente virtuosas. La exclusión de las “delfinas”  en la lista de Danilo Medina, no es casualidad. Es un lapsus que refleja su desesperación por encontrar anclas contra la soledad al dejar el poder.

Esta exclusión  pone de manifiesto la intención política del domador: reclutar sólo “delfines” obedientes, sumisos e incapaces de pensar y actuar por ellos mismos, para “continuar la obra” actuando con un descarado  mimetismo político alentado por un delfinazgo que contamina la democracia interna del partido y la elección libre de los aspirantes a la Presidencia en el 2020.

El delfinazgo de Danilo Medina en nada contribuye a fortalecer la democracia. No es más  que el esfuerzo decepcionado de un titiritero   de enanos políticos que hipotecan su inteligencia y su historia y se convierten en  borregos atontados que sólo obedecen la única voz de su domador.