Con la llegada del COVID-19 el mundo entero ha entrado en shock. Este estado de preocupación extrema se mantiene flotando. Durante doce meses el miedo, la desesperación, la soledad y la muerte de muchos vienen generando una desesperanza que enferma y aterra a millones de personas de todo el mundo. Un vacío que atrofia el sentido de la vida misma.
La situación de emergencia sanitaria derivada de la pandemia por la COVID-19 ha evidenciado la necesidad de construir un marco ético compartido y de referencia para la planificación y toma de decisiones en la asistencia sanitaria, económica y social a todas las personas de alguna manera afectadas por la pandemia. ¡Que somos todos!
Mirar la pandemia desde una óptica ética implica un examen de las propias actitudes y comportamientos de cada uno en su relación con el otro a fin de combatir los comportamientos egoístas y de asumir el cuidado propio y el de los demás no como un ejercicio de la soledad, sino como una práctica social, hoy más necesaria que nunca.
En estos tiempos de pandemia, donde la vida está en juego y los más desfavorecidos luchan por sobrevivir, la práctica de una etica centrada en el otro puede generar mejores ciudadanos. Y si lo consideramos así, todo nuestro mundo moral tendría que ser replanteado. Pensar, decir y actuar desde el otro, he ahí la perspectiva ética.
Necesitamos una ética de la responsabilidad compasiva, es decir: actuar con mucha atención a las consecuencias de lo que hacemos, pero dando prioridad a las consecuencias sobre las personas más necesitadas. Y este clamor es válido para los individuos, las instituciones y los gobiernos.
Necesitamos un compromiso mayor con los valores de la ética cívica compartida, asumida como libertad responsable, igualdad cívica, solidaridad planetaria, respeto activo, actitud de diálogo y convivencia, que debe ser cuanto antes una ética mundial, sintonizada con éticas locales que no sean contrarias a estos valores básicos.
La pandemia nos impulsa a asumir la responsabilidad para entender que el sufrimiento de unos inevitablemente puede convertirse en el sufrimiento de todos. De ahí que defender el propio bienestar implica también defender también el bienestar de nuestro prójimo.
Como expresa la filósofa española Adela Cortina: “Hay que recuperar la fe de que la sociedad va a cambiar radicalmente después de esta crisis, ya que habrá "un antes y un después" y para poder avanzar se va a necesitar toda la capacidad moral y todo el capital ético de cada uno”.
De igual manera expresa Noah Harari, historiador y escritor israelí, cuando afirma que “las consecuencias de las decisiones que tomemos ahora dejarán una persistente huella en el mundo en el que viviremos cuando lo peor haya pasado”. No le demos vacaciones a nuestra responsabilidad y ni la encerremos en cuarentenas poco valientes.
También dirá Harari, que depende de nosotros si esto nos da miedo o esperanza. Depende de nosotros cómo será el mundo del mañana. ¿Será más generoso, empático y solidario? ¿Será capaz de valorar las cosas verdaderamente importantes?
Desde la ética asumamos el “coraje de la responsabilidad”. Nos toca decidir cómo será el futuro. Empecemos por elegir cómo será el mundo hoy. Esperemos que la huella de lo vivido marque el paso de lo que vendrá mañana. Procuremos hacer nuestro el diseño del mañana, haciendo de nuestra vida un testimonio de solidaridad y ética ciudadana.
Comparto el vigorizante discurso ético de Emmanuel Levinas: “Así como a través de la responsabilidad entré en el pasado de la humanidad, así, a través de la Misericordia también llego al futuro de la humanidad. Cada hombre es la huella del otro”. ¡El bien consiste justamente en la misericordia por el otro!