Definitivamente, Sonia Pierre fue una mujer de irreductible coraje. Su sorpresiva muerte, a muchos nos llena de profunda tristeza, a otros les provoca un lacerante sentido de desorientación, porque les hará falta ese liderazgo que supo luchar con valentía por el reconocimiento, a  ella y a sus pares, el derecho de pertenencia al lugar donde nacieron, el que los moldeó y donde han desarrollado sus esperanzas y aspiraciones, parafraseando a Ken Worpole, un eminente arquitecto británico.

Sin tregua ni pausa alguna, Sonia Pierre llevó a cabo una de las más difíciles y complejas batallas: la lucha contra el racismo, la xenofobia, la exclusión y reclusión étnica y espacial, dándola en una sociedad como la dominicana, para muchos, con serios problemas de identidad.  En una sociedad donde a través de los años de manera latente o manifiesta, la inseguridad e incertidumbre sobre su futuro lo cual, ha servido de caldo de cultivo para que se mantengan atávicos sentimientos racistas y autocompasión, que dificultan ver nuestra diversidad, nuestra heterogeneidad.

Sonia Pierre luchó porque se reconociera esa diversidad, que con el tiempo y por razones históricas y económicas particulares, forma parte de esta sociedad: la población descendiente de haitianos que se ha moldeado aquí y que constituyen  "la segunda o tercera generación de hijos de familias de inmigrantes (que) no necesariamente comparten la orientación cultural de los padres hacia la cultura de origen",  como dicen especialistas en temas migratorios que, además, en el caso de que la compartiesen, eso no los descalifica para conservar sus derechos legalmente establecidos.

Sonia Pierre tuvo que luchar contra el racismo desde una posición extremadamente difícil, en primer lugar tuvo que luchar para que no le arrebatasen su identidad con su entorno, con el espacio donde se crió, para no ser privada del sentido de pertenencia a una colectividad espacial, cultural, política, económica y familiar: la dominicana y además, que se le reconocieran las circunstancias existenciales que la han marcado, sus condiciones sociales y étnicas, que no solamente determinaron su especificidad como ser humano, sino la especificidad de aquellos que han vivido y viven esas mismas circunstancias, muchos en condiciones peores.

Con tozudo coraje luchó porque se le reconocieran sus derechos como ser humano, hija de una familia de inmigrantes,  negra y mujer, en un ambiente de extrema hostilidad, machista, violenta; con autoridades de una judicatura prejuiciada que ha llegado al bochorno de evacuar sentencias contra nacionales de origen haitiano abierta y desvergonzadamente mostrenca para validar resoluciones de una Junta Central Electoral mediantes las cuales reiteradamente niega derechos humanos sustanciales a nacionales nacidos y criados aquí, al negarse a emitirles sus  correspondientes documentos de identidad.

Sonia mantuvo la lucha por sus derechos y por los derechos de sus pares, tanto en este medio envenenado por el racismo y en escenarios internacionales, que le dieron la razón y la apoyaron, para vergüenza nuestra. Mantuvo su lucha, a pesar de los llamados a su linchamiento moral y hasta físico que en  diversos medios de comunicación hicieron en su contra de manera desenfrenada la jauría xenófoba/racista del país.

Que su cuerpo encuentre el reposo que nunca le permitieron a su alma.