Pidamos un receso a la cotidianidad y analicemos algunos temas relevantes para la sociedad. El que tiene conocimiento tiene poder. En su obra “El cambio del Poder”, Toffler destaca la importancia del conocimiento de la manera siguiente: “La verdadera característica revolucionaria del conocimiento es que también el débil y el pobre pueden adquirirlo. El conocimiento es la más democrática fuente de poder”.

Hay que poner la mirada en la “sociedad del conocimiento”, que constituye un modelo deseable para todos los países del mundo y que reconoce la importancia  que tienen la generación de conocimientos y el desarrollo de tecnologías apropiadas para el desarrollo local de cara a un mundo globalizado, exigente y competitivo. De ahí, que por iniciativa propia o por la presión de los ciudadanos, los gobiernos deberán crear las condiciones que garanticen el acceso de los niños, jóvenes y adultos a una educación de calidad, inclusiva, multicultural y que fomente la diversidad y la ciudadanía.

Los ciudadanos, las organizaciones y la sociedad en su conjunto tienen la responsabilidad en la gobernanza justa e inteligente de las oportunidades de adquirir y desarrollar los conocimientos e innovaciones que requiere el país.

Las políticas  del conocimiento se han convertido en un asunto de ciudadanía democrática, siendo que una sociedad democrática no está hecha únicamente de las decisiones legítimas, sino del saber adecuado. Ocuparse de la legitimidad de la supervisión política del saber  y por la calidad del saber desde el que se realiza esa supervisión  no son actividades optativas, sino deberes centrales  que se fundamentan en la  propia democracia del conocimiento.

La democracia del conocimiento defiende que el conocimiento debe ser abierto,   democrático, accesible a todos y de libre circulación. Así, la producción y legitimación del saber  se han emancipado del sistema académico. Lo que caracteriza a una sociedad del  conocimiento es la investigación científica, que lejos de ser una actividad exclusiva de la ciencia y la universidad, se ha convertido en un principio de acción generalizado de toda  la sociedad.

Esta peculiaridad es conocida como “cientifización o modernidad reflexiva”. El gran desafío de la sociedad del conocimiento es la generación de inteligencia colectiva, entendida como una propiedad emergente de los sistemas  sociales que va más allá de la simple suma de inteligencias individuales, sino que constituye una inteligencia de la sociedad en su conjunto. Este proceso podrá ir acompañado de  una “cultura popular de las nuevas tecnologías”,  reconociendo, sin embargo, que la generación del saber y la capacidad de innovación ha dejado de estar reducido al ámbito de las mismas.

El saber se convierte en un elemento constitutivo de toda la sociedad con lo cual  aumenta la capacidad de acción de todos, no solamente de los más poderosos. En la medida en que crecen las oportunidades de participación de muchos para participar efectivamente se reduce la capacidad del Estado para manipular a los ciudadanos. El saber se ha convertido en el verdadero objetivo de la deliberación cívica.

La producción y disposición de conocimientos  constituye un tema central en la nueva cultura política. Las nuevas funciones de la política como la prevención de riesgos, la regulación del mercado financiero, la biopolítica, el medio ambiente y la seguridad alimentaria constituyen un desafío a la capacidad del gobierno que exigen la generación y la disposición de un saber determinado.

En el siglo XXI la verdadera riqueza de las naciones es el saber. Para que haya entornos de conocimiento o inteligencia territorial no sólo se requieren instituciones dedicadas al desarrollo del conocimiento. Para que las relaciones existentes entre las diversas instituciones inteligentes generen un territorio inteligente es indispensable que  la inteligencia se convierta en capacidad social en el marco de un territorio, utilizando indicadores para medir la inteligencia territorial.

Como país, pongamos en perspectiva el desarrollo territorial basado en el conocimiento. Asumamos el reto de convertirnos en  “isla o territorio del conocimiento”. El desarrollo económico y la competitividad de un territorio dependen del desarrollo y la optimización del capital social de los actores sociales públicos y privados.

Las ciudades y los países inteligentes están llamados a ser un lugar de reconciliación de lo económico, lo político, lo ecológico y lo social. Aceptar el reto implica “repensar el proyecto de país que queremos”,  y habrá de hacerse apelando a la cooperación y a nuevas formas de participación y comunicación.

El saber aumenta la capacidad de acción todos, no solamente de los poderosos. Llama la atención el que este tema luzca olvidado por los candidatos políticos. Ellos tienen la obligación de entenderlo y hacerlo suyo. ¡Ojalá que así lo entiendan!