La obra de Nietzsche forma parte de los valores cardinales de la modernidad. Los conceptos del filósofo alemán han contribuido a renovar las ideas que la sociedad ha ido construyendo sobre la sexualidad, el poder, el nihilismo, la muerte de Dios y la creación estética. Todas, de una u otra forma, han pasado por el tamiz nietzscheano.

Con la publicación del libro “El concepto de poder en Nietzsche”, de  José Mármol, (Editoria Búho, 2021), la actitud crítica en contra de los valores judeocristianos crea una nueva perspectiva de análisis. Para José Mármol Nietzsche es la base de muchos estilos de vida y formas de la experimentación de la propia subjetividad, el erotismo y algunas prácticas culturas y artísticas en la sociedad actual. Pero sobre todo, en los márgenes donde su cultivo ha fructificado en otras formas de vida y de pensar. Nos sigue dando caja de herramientas para reconfigurar este mundo, porque con toda seguridad, el comienzo y el fin de la modernidad han sido nietzscheanos. Gran parte de su legado está detrás de lo que realmente  nos importa, a saber: las implicaciones concretas de las formas de poder y dominio en nuestras vidas.

Los ensayos que aquí se presentan recogidos por primera vez en este volumen fueron redactados entre los años 1983, 1984, y defendidos como tesis para optar por el título de Licenciado en Filosofía Mención Metodología de las Ciencias Sociales, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) en el año de 1984.

En esa misma fecha el entonces veinteañero José Mármol se propuso plantear allí  una investigación sobre un pensador disruptivo como Nietzsche, lo que “significó una herejía”, confiesa el  propio Mármol, “habiendo tenido que resistir y a veces combatir una andanada de cuestionamientos prejuiciados e infundados, con obtuso desconocimiento del autor y del enfoque que se presentaban. Muy pocos profesores del Departamento de Filosofía de esa alta casa de estudios se mostraron receptivos, al menos”(pág.13 y ss.).

Con Nietzsche, en palabras de Mármol, tenemos la sospecha de que el camino que ha seguido Occidente ha sido errado; de que el hombre se ha extraviado; de que es necesario dar marcha atrás, y que, en consecuencia, resulta necesario renunciar a todo lo que hasta ahora se ha considerado  como “santo”, “bueno”, “verdadero”, “real”. El discurso asistemático de Nietzsche,  contradictorio de por sí, según Mármol, sintetiza el drama abismal del hombre y el mundo moderno. “Su pensamiento bebió y prodigó la insolubilidad de las contradicciones modernas. Un pensamiento intempestivo: trata lo anterior a su siglo, desde la esencia de su siglo y entroniza en nuestra época contemporánea”(pág. 31 y ss.).

Nietzsche es el filósofo, de acuerdo a este análisis, de los nuevos saberes como negación individual y desgarradora de lo establecido por la tradición, de las normas sociales o culturales de todas sus veladas o manifiestas redes del poder. “Un saber que se afirma como devenir, como perspectiva de unificación de lo pasado con lo futuro, sin desmedro de nada”(pág. 19 y ss.).

En Nietzsche, según Mármol, los instintos de prodigalidad, de sacrificio, de esperanza, de fe, de audacia extraordinaria, de entusiasmo, brotan entonces tan abundantemente que el soberano ambicioso o provisor y prudente puede aprovechar el primer pretexto para una guerra y hacer que su injusticia parezca una virtud, pues Nietzsche afirma en este contexto, sobre todo, es que los seres vivos se caracterizan por poseer una fuerza creativa que actúa inventando, construyendo, interpretando su propio mundo y el de ellos.

La irrupción de las fuerzas hace que emerjan estados de poder y tensiones típicas de fuerzas. En este sentido Mármol sigue las ideas canónicas de Foucault, Deleuze y Trías sobre las relaciones de poder que Nietzsche descubre en la moral, los saberes, el castigo penal y en instituciones que no son precisamente aparatos ideológicos del Estado. La voluntad de poder tan solo quiere afirmar, dice Mármol, su diferencia por medio de la interpretación de sus cualidades. La voluntad no desea nada como finalidad. El poder no es un objetivo, algo deseado por la voluntad, puesto que la voluntad misma es poder. El poder no es lo que la voluntad quiere; es más bien, lo que ella deviene, ha dicho Deleuze. El poder en la voluntad no necesita ser ni reconocido ni representado, ya que una y otra acción en palabras de Mármol se inscribe en las premisas valorativas de la jerarquía de valores dada o establecida. “El poder es interpretable y tipificable en la voluntad a partir de las manifestaciones de ésta como síntomas de tensiones de fuerzas”(pág. 105 y ss).

En la obra del filósofo alemán, según el filósofo dominicano, el mundo de las fuerzas no alcanza ningún sosiego, pues de otro modo, ya se habría alcanzado, y el reloj de la existencia estaría parado. Por tanto, el mundo de las fuerzas nunca consigue equilibrarse, nunca tiene un instante de quietud, su fuerza y su movimiento son iguales de grandes en todo tiempo. Cualquier estado que este mundo pueda conseguir tiene que haberlo alcanzado ya, y no sólo una vez, sino innumerables veces. En palabras de Mármol este instante estuvo ahí ya una vez y muchas veces, y retornará de igual modo, con las fuerzas distribuidas exactamente igual que ahora.

La filosofía nietzscheana en nuestro autor es la inquietud del nihilismo puesto en ejercicio. ¿Por qué no más bien la justicia, la compasión, la transparencia, la sencillez de sus contrarios? Quien es capaz de una pregunta semejante ha roto con la molesta obligación de decir a todo que sí, de ser un abogado de lo existente, un pequeño conservador. El asombro del poeta José Mármol al analizar la obra de Nietzsche puede también ser indignación. Es precisamente entonces cuando se produce el salto de la cotidianidad nietzscheana de su análisis a la interrogación filosófica. La filosofía analítica de nuestro poeta  nace como experiencia de la dificultad, contra la “terca regularidad”(Heidegger) de las cosas. No hace más ligeras o fáciles las cosas del universo, sino más pesadas o difíciles.

Para Mármol, en realidad, de que lo Nietzsche quiso prevenirnos es de no confundir los instintos de decadencia con los del humanismo; los medios disolventes de la civilización moderna, con la civilización verdadera; el libertinaje con la voluntad de poder. Signos universales de la decadencia habrían sido, entre muchos otros, la pereza, la pobreza, el parasitismo, el agotamiento, la necesidad de estimulantes, la incapacidad para luchar, así como el lujo.

En síntesis, las propuestas filosóficas del poeta y escritor dominicano sobre la voluntad de poder en Nietzsche tienen como fin destruir la violencia que conlleva toda la metafísica de la identidad y todo discurso universalista que busca encerrar el mundo en un sistema. Nietzsche se resiste a objetivar el fluir de la vida, reivindica lo perecedero, experimenta con un lenguaje que haga plausible captar la fugacidad del instante, asume un pensamiento negativo que busca negarse a sí mismo como portador de la verdad. Por ello, de acuerdo al análisis de Mármol, el pensar irónico de Nietzsche hace explícita la conciencia de la paradoja, y por ello también es innegable la actualidad de sus ideas  en el horizonte existencial  y artístico del mundo contemporáneo.