Hace ya unos 15 años, aproximadamente, le preguntamos a un buen profesor de la escuela de arquitectura de Santo Domingo (UASD), que si él había ejercido la arquitectura. La pregunta venía por un análisis que había surgido de su propia clase sobre el oficio de la profesión. Su respuesta fue genial: “…la docencia, es también ejercer la arquitectura…”. La asignatura era Teoría de la Arquitectura 1 y el profesor era el canciller Andrés Navarro.
Hoy pasados los años y curada nuestra miopía sobre el ejercicio -curada hace ya algún tiempo- podemos apreciar mejor las palabras del profesor. La arquitectura más que una praxis asociada a grandes proyectos – o a pequeños proyectos – es un compromiso con la sociedad en código de legado humanista. Aquél día Andrés Navarro nos dejó pensativos y aún a día de hoy sus palabras nos siguen cada vez que tomamos un lápiz para realizar los primeros bosquejos de lo que sea que tengamos por encargo.
Creímos que hacer arquitectura era solo proyectar de cara a un Premio Pritzker y nos perdíamos en la necesidad de una resonancia universal, sin reparar en la verdadera necesidad de que la arquitectura era más que eso, es más que eso…. Era y sigue siendo un compromiso con la sociedad, tan sublime como la del maestro cuyo deber es transmitir sus conocimientos a sus alumnos. Para el profesor, en aquel día feliz, su ejercicio era transmitir los fundamentos de teoría
(¿o teología?) de la arquitectura a un grupo de jóvenes cuyos caminos futuros solo Dios conocía.
Alejandro Aravena
En días pasados se dio a conocer el nombre del ganador del Pritzker de este año. El premio Pritzker es a los arquitectos lo que significa el Nobel para un investigador científico, y para el 2016 el ganador ha sido el chileno Alejandro Aravena.
Quizás solo nos deje la satisfacción del deber cumplido, la sensación gratificante de haber hecho de la arquitectura el vehículo idóneo para el bienestar social (o el conocimiento en el caso de la docencia), de muchos e incluso de las masas
Pero… ¿Qué tiene de particular este señor, aparte de haber sido jurado del propio premio en otras ediciones de otros años? Que su arquitectura es una arquitectura “más de andar por casa” que de grandes premios más asociados a grandes obras y megaproyectos…¿Residirá aquí su genialidad?
Este arquitecto chileno ha dado respuesta a un desafío tan sempiterno como relegado por los grandes holdings, el de dotar al usuario de una arquitectura cotidiana, una arquitectura de respuesta social que en su objetivo de dar respuesta al ciudadano de a pie y no a los focos, ha llamado la atención precisamente de estos grandes focos.
Un paralelismo necesario
Aquellas palabras primaverales en Teoría de la Arquitectura 1 cada día son más claras para nuestro entendimiento. Un ejercicio discreto pero comprometido quizás no garantice grandes titulares y quizás no nos lleve como a Aravena a un galardón tan universal… Quizás solo nos deje la satisfacción del deber cumplido, la sensación gratificante de haber hecho de la arquitectura el vehículo idóneo para el bienestar social (o el conocimiento en el caso de la docencia), de muchos e incluso de las masas.
Los momentos actuales, de constantes cambios de paradigmas, nos llevan a continuar a la vanguardia de la respuesta social, cosa que el arquitecto sabe hacer mejor que nadie, pero históricamente ha preferido dejar a otros que lo hagan como sucedió en momentos de la Revolución Industrial. La oportunidad de dar respuestas de valor, ya sea a un grupo de estudiantes, o ya sea a un cliente específico, o mejor aún a nuestra sociedad, se presenta todos los días y no necesariamente a nivel de megaproyecto.
Un ejercicio social de la arquitectura, es el primer compromiso que asumimos los que pretendemos proyectar espacios habitables para el ser humano… Si no que le pregunten a Vitruvio.