Los dominicanos vivimos en una democracia bloqueada por el partido en el poder y su gobierno. Aquí “la democracia se suicida diariamente, pierde espesura y se degrada”. En esta encrucijada el país necesita que las universidades muestren caminos para el ejercicio cotidiano de la democracia. En ellas habitan la moral, las capacidades y los votos razonados para instaurar una verdadera democracia a partir del 2020.
En este sentido, la existencia en nuestro país de unas 49 universidades e instituciones de educación superior, con una población de unos 600 mil estudiantes y 25 mil profesores, constituye una buena noticia. “Siempre y cuando sean más que una institución dispensadora de conocimientos, el espacio por excelencia de formación del ciudadano, de la persona educada en los valores de la solidaridad humana y del respeto por la paz, educada también para la libertad, y educada para el espíritu crítico y para el debate responsable de las ideas”.
Viene al caso lo que destacara en su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa, que le concediera la Universidad Carlos III de Madrid en el 2004, el reputado Premio Nobel de Literatura, José Saramago, quien apeló a las universidades para solucionar "la enfermedad de la democracia". ¡Hoy hacemos aquí el mismo llamado!
En su disertación titulada “Democracia y Universidad” Saramago dirá que “la universidad es el último tramo formativo en el que el estudiante se puede convertir, con plena conciencia, en ciudadano; es el lugar de debate donde, por definición, el espíritu crítico tiene que florecer: un lugar de confrontación, no una isla donde el alumno desembarca para salir con un título”.
Destacando la importancia de la necesaria vinculación entre universidad y democracia –el mismo Saramago- propone el cuestionamiento y la evaluación de la democracia. Hay que procurar la manera de reinventar de alguna forma la democracia, de arrancarla de la inmovilidad a la que fue condenada por la perversidad política. Sin embargo, ocurre muchas veces que las propias autoridades universitarias, obnubiladas por las cuestiones de rentabilidad, no le conceden la importancia que esta vinculación merece.
Las universidades dominicanas deben llevar hasta al seno de su claustro y a la sociedad en general el debate sobre la calidad de la democracia. La democracia en el mundo anda mal, y la nuestra muy mal. Tal como lo afirma Saramago, “lo que llamamos hoy democracia se asemeja, tristemente, al paño solemne que cubre el ataúd donde ya se está pudriendo el cadáver. Reinventemos, Reinventemos, pues, la democracia antes de que sea demasiado tarde. Y que la universidad nos ayude. Ella puede”.
A tono con este llamado, creemos que realmente las universidades dominicanas no sólo pueden, sino que tienen la obligación de ayudar a reinventar y sanar la democracia. Y asumiéndolo así, habrán de abandonar el prejuicio de mantenerse “alejadas de la política”, a sabiendas de que preocupa a la sociedad ver a las universidades insuficientemente vinculadas al proceso de desarrollo sostenible y ausentes del debate democrático.
Cuando la democracia atraviesa por situaciones inciertas y deplorables, cuando se convierte en una “democracia basura”, como sucede aquí, las expectativas que se tienen de las universidades para contribuir a cambiar esta situación pueden crear esperanza o pesimismo. Dependerá de si, ante la falta de confianza en otras instituciones, la sociedad todavía confía en los espacios universitarios o si estos se deterioran junto a los otros. ¡Para avanzar en este sentido es necesario también que las universidades sean realmente democráticas y sean deliberantes!
En las universidades dominicanas se pueden escuchar voces libres, sensatas y autorizadas, así como construirse opciones de solución para los muchos problemas que afectan al país, sobre todo cuando los mismos han sido investigados con rigurosidad científica y debatidos a la luz del análisis colegiado, con la ventaja de que estos mecanismos son totalmente diferentes a los que predominan en los círculos burocráticos del poder donde imperan las “verdades” y noticias mediatizadas por las estructuras gubernamentales.
En tiempo de campañas y elecciones como los que discurren, cuando los “delfines” y otros demagogos asalariados del gobierno presentan “programas inspirados en la eficacia de la mentira”, bien nos haría, entre otras cosas, escuchar la voz de las universidades sobre los mismos. Y también sobre los desatinos, “deudas”, espejismos e irresponsabilidades del gobierno en lo económico, lo político y lo social. Siempre.
Que nuestras universidades sean escenario por excelencia de reflexión y concienciación sobre la democracia para que, unidas a otras instituciones con iguales propósitos, trabajen para sanar y defender la democracia. No hay opción para la apatía o el silencio. Se trata de un compromiso ineludible. ¡El país espera por su voz, su denuncia y su grito!