Cuando, hace ocho años, dirigí una carta pública a Francisco Domínguez Brito, no imaginaba que tendría que escribir este artículo. Entonces argumenté que este no se correspondía con el PLD, que, por sus valores, era en el PLD una perla rara y que, a fin de no desacreditarse, debía montar tienda aparte. Me equivocaba. Hoy constato todo lo contrario: que el lugar de Francisco es el PLD y que nada lo diferencia de sus demás dirigentes, con los cuales comparte, lamentablemente, el descrédito.
Las actuaciones de Domínguez Brito han sido desde entonces una cadena de desaciertos. Pero si hoy escribo, es porque sus últimas declaraciones sobre cómo el narcotráfico ha permeado el PRM, son más escandalosas que de costumbre. No es mi intención defenderlo. Simplemente quiero hacer la observación de que el narcotráfico ha permeado toda la sociedad dominicana, incluyendo al PLD. Si bien es cierto que Domínguez Brito tiene todo el derecho de expresar sus posiciones como lo ha hecho, también es cierto que hacerlo no es muestra de preocupación por nuestra sociedad, sino de politiquería (no diré barata: la politiquería siempre lo es). También es cierto que a Domínguez Brito no lo ha movido el civismo, sino el cinismo.
Quien defiende la integridad de la sociedad dominicana no puede, objetivamente, exonerar al PLD de la gran responsabilidad que le corresponde en el auge del narcotráfico en nuestro país. La lista de pruebas es larga: Durante los gobiernos del PLD desapareció Quirinito y campearon por sus fueros Junior Cápsula y César el Abusador. Durante los gobiernos del PLD, Toño Leña, Florián Félix hicieron de las suyas. Y cuando los gobiernos del PLD han hecho algo, es porque no han tenido más remedio que hacerlo, bajo la presión extranjera, como la americana en el caso de Júnior Capsula, César el Abusador o Quirino. Domínguez Brito calla sobre todo esto y también sobre las denuncias de estos capos de la droga sobre las “ayudas” que han dado a sus líderes, Danilo Medina y – no lo olvidemos – Leonel Fernández, cuya defensa, por cierto, marcó el inicio de la desilusión de los dominicanos sobre su actuar político.
Domínguez Brito no dice nada sobre esto, porque lo suyo no es defendernos, sino defender su permanencia en el poder, al igual que la de un corrupto confeso como Temístocles Montás, su presidente, o como la de Félix Bautista, cuyo sometimiento no fue más que un simulacro, un movimiento estratégico de Danilo contra Leonel en la lucha por el poder, al que el exprocurador se prestó como peón.
Es más, él mismo ha admitido el auge del narcotráfico durante el gobierno de Danilo, confesando su impotencia como procurador ante la protección de la que disfrutó César el Abusador. Al quedarse en el gobierno, al no renunciar como renuncian en otros países los ministros que fracasan en sus funciones, Domínguez Brito es responsable de que la droga sea omnipresente.
Un político serio denuncia todos los casos de narcotráfico, sin importar banderías, sin importar los intereses partidarios o personales. No es el caso de Domínguez Brito, quien tiene corruptos favoritos.
Domínguez Brito dirá – y se dirá – que lo critico porque soy perremeísta. Pues no. Quise creer en su excepcionalidad como político hasta hace apenas un año, como lo prueba este artículo. Pero al final, no me quedó más remedio que desistir y unirme a la lista de desilusionados que poníamos nuestra esperanza de un cambio en la política criolla en él. Lista que por cierto, es cada vez más larga.
Es su derecho a hacer el ridículo, a renunciar a su dignidad, a hundirse cada vez más en el descrédito, a dejarse engañar como un niño por los líderes ante cuyos desmanes mira hacia otro lado, a entregarse a un onanismo mental en el que brillan ñoñas vicepresidenciales y hasta presidenciales y a ser niñero, bocina y filtro de un candidato mediocre que lo venció con trampa. A lo que no tiene derecho es a instrumentalizar un flagelo tan grave como las drogas, a usar el tema para sacar provecho político, para defender la impunidad de los corruptos de su predilección. No tiene derecho, sobre todo, a burlarse de la inteligencia de los dominicanos.
Pero, seamos claro, no dejará de hacerlo, porque lo embarga la soberbia de quien cree que tiene a Dios agarrado por una pata. Pero los dominicanos le pasarán factura a su cinismo. de hecho ya se la están pasando. Y cuando despierte de ese sueño, cuando se desintoxique de esa droga que es el poder, se dará cuenta que esa factura es muy, muy picante, de que su solvencia política quedará muy, muy desmejorada.