Debe sentirse horrible ir por la calle con tus hijos y que alguien te vocee: “¡Corrupto!…¡Ladrón!”. Debe sentirse horrible estar en un lugar entre muchísima gente y que alguien te grite con rabia: “¡Corrupto!… ¡Ladrón!”. Debe sentirse horrible escuchar un bocinazo frente al semáforo y bajar el vidrio, para que el conductor de al lado te diga “¡Corrupto!…¡Ladrón!”. Pero lo más horrible es cuando en la sobremesa del domingo, cualquiera de tus hijos inocentemente te hace la pregunta: “Papi, ¿por qué te dicen corrupto y ladrón?”. (¡Y estamos hablando del castigo más benigno!).