A los 90 años, ha fallecido George Steiner. Filósofo, ensayista y teórico de la cultura, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (2001); profesor en Princeton y Cambridge, mitólogo y especialista en literatura comparada, Steiner representó el canon de los clásicos occidentales y el modelo de la educación humanística.
Su pasión por los clásicos no lo llevó a la distinción maniquea entre alta y baja cultura. Supo percibir la belleza de los fenómenos mediáticos, Llegó a decir que Homero habría comprendido a Mohammed Ali, “un fenómeno estético…un dios griego”. (Entrevista en Babelia, 1-7-2016). No obstante, se autoculpó de incomprender, en toda su magnitud, las posibilidades del séptimo arte. (Entrevista en El país, 5-2-2020).
Vio con buenos ojos la emergencia de formas estéticas donde la mujer desempeñaba un importante aliciente creativo, aunque se autocriticó por no captar todo el impacto social del movimiento feminista. (Entrevista en El país, 5-2-2020).
Educador, dijo sentirse asqueado de un sistema educativo que ha generado la incultura. Se molestó por el rechazo de la escuela a la memoria y al tipo de sensibilidad y vitalidad que esta implica.
Apologista del error, criticó una enseñanza intolerante a la equivocación, porque consideró que la misma conlleva el miedo a arriesgarse y, sin riesgo, no hay creación.
Víctima de las grandes tragedias de la Europa del siglo XX, se horrorizó ante el rumbo de una sociedad banalizadora del saber, obsesionada por el dinero y el fetichismo de la utilidad.
Escéptico con respecto a los enfoques formalistas del arte, concibió la creación artística como expresión de la búsqueda por comprender el ser, la resistencia humana al límite infranqueable de la muerte y la apertura infinita hacia nuevos horizontes.
Un judío que decía deberle todo a Hitler, porque de la fuga familiar aprendió el valor de los viajes y de las lecturas, Steiner fue un espíritu cosmopolita: “Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, un buen café y unos libros. Eso es una patria”. (Entrevista en Babelia, 1-7-2016).
Siendo colega de Einstein y Oppenheimer, en la Universidad de Princeton, desarrolló un sentido de humildad ajeno a muchos de los profesores universitarios. Se definió a si mismo como “el cartero”, porque se vio ante todo como un profesor, con la noble misión de depositar cartas que no había escrito.
Me imagino el siguiente epitafio para su tumba: “el cartero del conocimiento”, “el cartero de la memoria”, o tal vez, simplemente, “il postino”, como escribió debajo de un retrato de juventud colocado en su casa de Cambridge.