A nadie se le vendió, en la pasada campaña electoral, un cambio estructural del sistema. Única y exclusivamente se le ofertó cambiar la forma de gobernar que garantizara un nuevo estilo en la conducción de la administración pública. Institucionalización democrática, garantizar libertades de derechos y reorientar el aparato productivo de la nación. Sin olvidar la lucha contra corrupción y la impunidad.

Esa nueva forma de gobernar es muy frágil en, una sociedad como la nuestra, manos de un sector de clase atado por los compromisos, y donde cada quien tiene su gobierno en la cabeza. El nuevo escenario es saludable, con la derrota del PLD, permite estar alerta, militancia, para criticar y presionar, movilización, ante cualquier distorsión, de acuerdo con lo ofertado.

Sería un mayúsculo disparate pretender cambiar estructuralmente la sociedad con las fuerzas económicas, políticas y sociales que obtuvieron el triunfo electoral en las pasadas elecciones. Y peor aún, levantar consignas en ese sentido, por los comunistas, revolucionarias y progresistas, sin contar con los instrumentos transformadores, las condiciones objetivas y subjetivas favorables. El momento objetivo nos llevan a arroparnos hasta donde alcance la sabana.

En ningún momento hemos relegado de nuestro objetivo supremo de cambiar radicalmente la estructura de la sociedad. Para eso, es indispensable elevar el nivel de conciencia política, organización de la población y que los tiempos favorezcan. Y por último, contar con un instrumento de vanguardia que dirija el proceso. Transformar el país no es fácil. No es un juego por Internet.

Jamás se debe confundir nuestros deseos con la realidad, error que se comete a diario sin enmendarlo. Los objetivos estratégicos, cambio de sociedad, y las metas inmediatas, se trazan sobre la base del análisis correcto, sin inventos, de las condiciones económicas, políticas, sociales y geográficas del país. Para transformar algo, primero hay que conocerlo, si no estamos inventando.

El cambio radical del sistema luce una consigna muy atractiva; podría desenfocar el momento y confundir las etapas del proceso revolucionario. El término radical, de raíz y completo, no tiene niveles intermedios. Se emplea dependiendo del escenario. Hay momento en que ser radical es lo que manda, sin dobleces. Pero, depende de la correlación de fuerzas, la coyuntura histórica, lo que recomienda la circunstancia.

Se hace un flaco servicio a la revolución cuando se crean falsas expectativas con consignas radicales, supuestos objetivos alcanzables, que no une a la población y la embriaga en la ignorancia. La gente se unifica, se moviliza, para mejorar sus condiciones materiales de existencia. Las consignas deben garantizar la incorporación de la gente a lucha, y poder avanzar hacia alcanzar las metas programadas.

La transformación profunda de la sociedad se logra con la revolución; con esto no hay duda. De lo que se trata, ahora, es de aprovechar el momento para acumular fuerza y tener presencia en las resoluciones de los problemas nacionales. Dejar de permanecer, al margen y aislado, criticándolo todo sin presentar soluciones viables, como siempre.

Avanzar hacia el poder, con paciencia y el trabajo constante, no está al doblar de la equina. Estimular y aprovechar las coberturas democráticas del nuevo gobierno que encabeza el presidente Luis Abinader Corona, para ganar espacio y tiempo. No conformarse, cruzarse de brazos, con los cambios de políticas públicas aplicadas; vamos más allá, sin albergar pensamientos radicales ni conformistas. Pero tampoco, dejarnos embobar con un caramelo envenenado.